Publicado anteriormente en la revista Filosofía hoy, junio de 2016
Epicuro, con el propósito de reducir la angustia de muchos, decía que la muerte no es de por sí temible. Si estoy vivo, porque no puedo temer lo que no está presente –y es obvio que si yo estoy, ella no está- Si estoy muerto porque al no estar yo, no siento nada y en consecuencia no puedo ser sujeto de ningún temor. Esta argumentación genera una sonrisa benévola, tal vez porque Epicuro mismo necesitó liberarse de su propio pánico.
El miedo, el temor o la angustia son reacciones emocionales –irracionales- ante sucesos que pueden ser más o menos verosímiles. Sobre la muerte no hay duda, sucederá. En este sentido, el miedo ante la propia muerte es una respuesta a un hecho del que tenemos certeza y cuya naturaleza nos es del todo desconocida. La experiencia que los vivos tenemos de la muerte es la de la muerte de otros, y siempre se presenta como una abrupta ruptura de la presencia física y emocional. Ese desaparecer sin dejar rastro nos abruma. ¿Está de alguna manera en algún lugar esa persona? ¿Ha dejado total y plenamente de ser? Para darnos respuestas buscamos explicaciones que, aunque no sean contrastables, pueden llegar a tener la fuerza de una convicción arraigada. Lo curioso es que son siempre respuestas que trascendiendo lo racional elaboramos desde la racionalidad y aquí se produce una paradoja manifiesta: ¿puede la razón dar cuenta de algo que tal vez no esté sometido a las exigencias de nuestra racionalidad? ¿seguimos inconscientemente convencidos de que lo racional es real?
La muerte no es una realidad en el sentido estricto del término, aunque al igual que Epicuro la tratemos como tal. La muerte es como mucho un tránsito por el que misteriosamente pasamos de vivir a no vivir –cuando presencias la muerte de otro ese tránsito es un misterio paralizador, en cuanto alguien pasa de ser a no-ser y no sabes cómo mirarlo- La muerte es ese fino límite que nos separa a los vivos de los que ya no lo son, imposible de asirla, de retenerla más que como presencia mental en los que seguimos esperando su llegada.
No temerla es imposible, aunque ese temor la substánciale. Pero tal vez podemos asumirla como algo sobre lo que no podemos pensar según los parámetros usuales. Desprendernos de esa tendencia a buscarle el justo lugar a todo, porque tal vez estamos en un Universo en el que nada tiene su justo lugar, tal vez hemos construido un cosmos en medio de un caos lleno de incertidumbre y azar. Esta posibilidad, aunque parezca más aterradora, de hecho, no lo es. Si nada fuera tal como lo pensamos, las posibilidades inciertas que se abren a nuestro alrededor pueden hacer de la muerte algo nada temible, porque donde no hay entidad ni sustancialidad fija, nada es definitivo…quizás ni la muerte.
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