Los intentos que se han llevado a cabo por mostrar la Filosofía como un referente para una vida mejor, en el sentido de más sosegada y estable son una auténtica estafa. De ahí que abomine contundentemente toda obra que pretendiendo ser filosófica sea asimismo de supuesta autoayuda.
Quien requiera ayuda para su salud mental debe acudir a un profesional, porque los referidos libros destinados al saneamiento personal pueden ser de falaz utilidad en circunstancias concretas, pero nunca una reconstrucción interior duradera.
Existe un libro de Oriol Quintana titulado “Filosofía para una vida peor”[1] que va en la línea de lo aquí mencionado: la Filosofía no solo no es autoayuda sino que su ejercicio emana de la inquietud, el desasosiego, la necesidad de entender y encontrar respuesta a los interrogantes más relevantes de toda persona. El destino de quien se adentra en esta práctica racional e inquisitiva es la insatisfacción.
Porque las cuestiones propiamente filosóficas no son más que un trampolín desde el que se lanzan algunos para hundirse en lagos profundos y pantanosos de los que no puede nadie reflotar con certeza alguna.
Dice Quintana en referencia al supuesto pesimismo de Cioran:
“El hecho de tener que vivir cada minuto de su existencia con plena consciencia solo podría llevarle a sentir su vida como algo infinitamente denso, pesado. Sin duda no tardaría demasiado en preguntarse cuándo iba a terminar ese flujo cementoso del pensamiento”
(Ibid, pg.25)
Por esta razón, acaso, se especializó Oriol Quintana en la obra de Orwell, el cual no cayó en ese tono negativo sino que aterrizó sobre el sentido de la común mediocridad, es decir, descarado realismo sobre su época y, como muestra su abnegado estudioso, cabalmente trasladable a la nuestra[2]
Retomando de nuevo la cuestión principal, existen otras percepciones filosóficas, que más allá de tildarlas de pesimistas o no, insisten en que la vida filosófica no es un paseo por las nubes, sino una radical búsqueda de lo que necesitamos saber, aunque ni esté a nuestro alcance ni quizás pudiéramos escuchar respuesta alguna que consistiera en devastar toda esperanza. Ese anhelo de que todo tiene una explicación alcanzable, aunque hayamos constatado reiteradamente, gracias a la actividad filosófica, que no es así.
¿Indica lo dicho que la Filosofía es perjudicial para el bienestar? Muestra que si el fin de un individuo es merodear por su existencia de la forma más grata, debe alejarse de la susodicha disciplina. Pero, también, que quien apuesta por ser humanamente humano, hasta sus últimas consecuencias, debe enfrentarse a las contradicciones de la condición humana, los rostros dispares que esta muestra y ese lugar nimio que ocupamos en el Universo. ¿Quién vive más feliz? Mi convicción es que ninguno: uno está distraído de sí mismo, el otro azorado por la miseria de quien somos y lo que hacemos con los otros y el mundo que habitamos.
Así es que, ni la Filosofía hace feliz, ni su desprecio nos hace honestamente humanos. Seguramente porque la pregunta de partida, absolutamente narcisista, pero muy propia de nuestra especie, es errónea. Más que interrogarnos sobre cómo ser felices, deberíamos hacerlo sobre qué desarrolla plenamente nuestro potencial humano y a dónde nos lleva ese acto de culminación.
Deja una respuesta