En estos tiempos complejos merece la pena dedicarle unos momentos de reflexión a la cuestión de las teorías conspirativas, que con motivo del COVID-19 han encontrado suelo fértil para crecer y diseminarse, probablemente, como nunca antes.
El conspiracionismo no es algo nuevo en la historia de la humandidad. Desde el amanecer de la historia que se tejen narraciones que intentan brindar una explicación total a temas muchas veces complejos cuando no espinosos. La mayoría de las veces se presentan con apariencia “científica”, como un modo de legitimarse con un ropaje creíble a la opinión pública. Desde las profecías de Nostradamus a los Illuminati. Del Triángulo de las Bermudas al asesinato de JFK. Las llamadas “teorías” conspirativas abarcan temas de los más variados y originales, dejando en muchos casos perplejos a más de uno por la capacidad de inventiva. El punto es que, en la época moderna, y en nuestros días las mismas han encontrado canales de transmisión terriblemente poderosos como los contemporáneos medios de comunicación y, sobre todo, las redes sociales.
Hay, por ejemplo, una “teoría” muy popular que sostiene que el hombre no ha llegado nunca a la luna y que, según esa impersonal leyenda, las “evidencias” fotográficas sobre el hecho no serían más que un montaje del “imperialismo norteamericano”. Esta narración se alimenta mucho de la politización con que se trató el alunizaje estadounidense, ya que como muy bien se sabe, ese logro se enmarcó en la guerra fría entre USA y la ex-URRS. En otro orden de cosas, y en una línea más frívola, hay también quienes afirman que Paul McCartney no sería él, sino que el ex-Beatles habría muerto en un accidente de auto en 1966 y habría sido reemplazado por una especie de doble casi idéntico, que de modo deliberado o no, le habría usurpado la vida, haciéndose con los bienes económicos que conlleva la imagen de McCartney. En la línea de esta leyenda urbana de tipo bastante “descabellada”, hay otras como, por ejemplo, que los accidentes aéreos en el llamado Triángulo de las Bermudas habrían sido causados por fuerzas extraterrestres, y que los Estados Unidos y la NASA sólo habrían querido ocultarlo; o también, con el mismo nivel de inventiva, aparece con bastante fuerza y publicidad una de mis favoritas: la tierra es “plana”, y que los mismos actores citados anteriormente, nos quieren mantener en la ignorancia de que la tierra es redonda, ¡vaya teoría!
Como era de esperarse con esta pandemia, desde el día cero comenzaron a crearse teorías “conspiranoicas” para tratar de llenar las lagunas que dejan los medios “oficiales” acerca del complejo tema del origen del coronavirus. Algo similar pero tal vez con menos fuerza había sucedido en 2009 con motivo de la pandemia de la llamada gripe porcina (H1N1).
El primero que encontré diseminando sus ideas conspirativas en la globósfera respecto de las noticias del SARS-CoV-2 cuando recién comenzaban los contagios en occidente, fue un tal Spiro Skouras (probablemente un pseudónimo o nombre inventado), un pretendido periodista norteamericano e “Independent researcher” que en su canal de YouTube ya ha alcanzado las setenta y un mil suscripciones, ¡la envidia de cualquier youtuber!
Las teorías tejidas alrededor del virus que ha ocasionado esta pandemia, la más potente de los últimos cien años, apuntan a personajes como Bill Gates, tecnologías como el 5G, las criptomonedas, el laboratorio de alta seguridad de Wuhan, los anti-vacunas, entre otras cosas. En el colmo de la invención todos estos “elementos” conforman, gracias a la creatividad de los conspiracionistas, una teoría unificada acerca de que el virus que causa el COVID-19 habría sido intencionalmente creado en un laboratorio de Wuhan, la ciudad donde, se cree, comenzó a esparcirse este virus hipercontagioso (hoy puesta en duda), como parte de un plan de fundaciones filantrópicas privadas y organismos estatales secretos para hacer caer las finanzas mundiales con la intención de mostrar la debilidad del actual sistema financiero mundial.

Como el lector de este artículo puede a través del buscador más famoso de la red dar con cualquiera de estas teorías, pasemos al tema principal de este artículo: ¿Por qué surgen estas “teorías”? Un intento de respuesta a esta pregunta la he encontrado en el filósofo y pensador Federico Viola (UCSF – Conicet), en su podcast Café Filo, que en la edición del pasado 15 de abril relaciona el antiguo concepto aristotélico de “horror vacui” (“la naturaleza aborrece el vacío” decían los seguidores de Aristóteles), con una cierta tendencia racionalista, que surca casi toda la historia del pensamiento occidental, que no tolera las “lagunas” o “vacíos” de la ciencia, o de las explicaciones filosóficas, acerca de lo que acontece. Se trata de la incomodidad o terror que genera en la mente humana la imposibilidad de dar una explicación última o total acerca de un hecho o de una cadena de acontecimientos. Toda teoría científica, por más íntegra y satisfactoria que parezca, no deja cubierta todas las dimensiones de aquello que intenta explicar. Piénsese en la teoría de la relatividad de Einstein, que no logra dar razones del universo de lo infinitamente pequeño.
Así pues, es justo decir, que siempre quedan “agujeros”, “baches”, “poros”, a partir de los cuales a veces se ponen en duda algunas teorías. Y he aquí, entonces, donde la creatividad de la mente humana se pone en marcha e intenta «rellenar» esos vacíos que dejan los relatos científicos “oficiales”, apelando ya no necesariamente a argumentos racionales. Lo que importa entonces es brindar una teoría del todo, una teoría completa, universal, absoluta y definitiva. Desde el punto de vista de los sesgos cognitivos, a éste se le puede llamar “sesgo de completud”, como tendencia de la psique a no dejar incompleta ninguna explicación acerca de la realidad. Esta es una buena razón, en mi opinión, para comprender este fenómeno racional acerca de por qué surgen estos relatos, a veces descabellados, a veces inverosímiles, respecto de acontecimientos que probablemente nunca logren ser explicados totalmente, porque la mente humana es limitada, porque todo intento de explicación tiene su talón de Aquiles.
Otro argumento que me gustaría proponer acerca de por qué nos invaden las conspiracy theories, tiene que ver con el enfoque que realizó el epistemólogo norteamericano Thomas Kuhn, que en 1962 publicaba The Structure of Scientific Revolutions. En este libro, que marcó un antes y un después en la filosofía de la ciencia, el filósofo estadounidense pone de relieve el hecho de que toda investigación científica no puede escapar a los intereses políticos, económicos, sociológicos, e incluso morales y religiosos. Dicho de otro modo, por más matemática o abstracta que sea una teoría, la misma, en particular el científico de carne y hueso que la formula, está influenciado por el background ideológico en el que ha sido formado, o también, por los valores e intereses de las instituciones que subsidian su investigación. Como en las revistas científicas y en otros medios en los que se publican las investigaciones científicas, este trasfondo ideológico no siempre se pone en evidencia, las teorías conspirativas lo hacen por nosotros, y a partir de esto deducen sus particulares conclusiones. Tal es el caso, por poner un ejemplo relacionado con la actual emergencia sanitaria mundial, de que el virus que causa COVID-19 habría sido creado en un laboratorio con fines comerciales, es decir, para, luego, vender la vacuna que cura la enfermedad. Algo cuya certeza o grado de veracidad nunca podremos confirmar o negar, pero que desde un punto de vista meramente especulativo, tiene mucha fuerza.
Para concluir, recordar el dictum de la física racionalista del S. XVII, “Todo sucede por una causa y está determinado por ella”; frase que sintetiza ese afán desmesurado del espíritu humano de, al modo de Dios, querer dar razón de todo. Puesto que no somos dioses, no nos queda otra que conformarnos con nuestro pobre conspiracionismo de cada día.
Un comentario en “Conspiracionismo y pandemia, un intento de explicación.”