Desde la muerte del afroestadounidense George Floyd en Minneapolis, este es el grito que ha llenado las calles de muchas ciudades de Estados Unidos durante las protestas que siguieron: “no puedo respirar” (I cant’t breathe).
Sí, en la sociedad estadounidense hay un grito, que se originó en una injusticia, pero que si se mira atentamente tiene una resonancia más profunda.
Kareem Abdul-Jabbar en una columna del periódico Los Angeles Times apuntó que este grito encierra el deseo de vivir, de respirar.
El padre José Medina, en un artículo publicado en el sitio de Comunión y Liberación, ha señalado que en esta época todos nos podemos sentir impotentes.
Y esto es cierto tanto por la violencia racista como por la pandemia del coronavirus o por cualquier otra circunstancia que nos pone en una situación límite.
Frente a estas circunstancias que nos ponen contra las cuerdas, Medina afirma que todos deseamos vivir, respirar y que este grito, que debe ser escuchado, solamente lo puede responder una presencia que sea capaz de entrar en diálogo incluso con el supuesto enemigo.
“Sin una presencia, nuestra impotencia acaba siendo aterradora”, dice Medina.
Nosotros estamos llamados a dar un paso adelante para escuchar este grito y salir al encuentro de quienes se sienten sofocados en un ambiente en donde todo se reduce a confrontación.
Estamos llamados a testimoniar que la nada no tiene la última palabra y que, como decía Martin Luther King, “la oscuridad no puede expulsar a la oscuridad. El odio no puede expulsar al odio; solo el amor puede hacerlo”.