
Mis queridos lectores:
Hoy he vuelto a pasear con mi perro por el jardín que circunda una residencia de ancianos y se me cae el alma a los pies, al ver las habitaciones oscuras, los visillos echados y las puertas de acceso cerradas “a cal y canto”.
Observo las ventanas laterales que dan a los pasillos y están colgados los trajes Epis,siempre están ahí, en la misma percha, en la misma posición. ¿Se los pondrá alguien?
No hay sociedad que se precie que no tenga en cuenta a sus mayores, la vejez es experiencia y sabiduría, es necesario el contacto con ellos, no pueden de un plumazo desaparecer. Se lo debemos, se merecen nuestra escucha, atención y cuidados. Nadie puede arrebatar a la familia ese derecho.
Hagan test a la entrada de la residencia a los parientes, pero no les abandonemos más.
No creo que sea bueno para estas personas no ver a sus seres queridos. La muerte o el contagio del Covid 19 no es lo que más les duele, creo que el no verles provoca una desilusión y una soledad incurable.
Ya está bien de esperar a qué, todo el mundo está volviendo a esa mal denominada “nueva normalidad” y ¿ellos?
No podemos dejarles en manos de extraños cuidadores, sé lo que digo, no les tratan con el mismo cariño que la familia. Tienen que abrir las puertas y tenemos que escuchar y ver qué está pasando ahí dentro, cómo se encuentran y que nos hablen, que nos cuenten, sin sedantes, de verdad.
Escuchemos a nuestros mayores, ellos nos dieron todo, nunca nos abandonaron, ni lo hicieron con sus familiares. Eran acogidos en las casas, compartían espacios y alimentos, eran un gran valor.
¿Dónde está ese valor? ¿Ya hemos olvidado quién nos dio la vida y nos mantuvo durante muchos años?
¿Qué sociedad es esta? Construyamos una sociedad inclusiva, respondamos a las necesidades de jóvenes y ancianos, es un gran reto, pero mucho más enriquecedor que los retos que hemos visto en el confinamiento.
Estamos orgullosos de conseguir longevidad y yo me pregunto, para qué quiero vivir muchos años en una sociedad que no me respeta, que no me considera. Son la memoria que contacta con los antepasados, con la sabiduría, con los archivos familiares, con todo lo que es humano y digno de ese prójimo tan necesario de abrazar.
No lo repetiré más,no les abandonemos cuando sus fuerzas se ven debilitadas, al revés es cuando tenemos que hinchar sus velas de esperanza y amor.
Finalizo con un verso de José Saramago: “Tengo los años necesarios para perder ya el miedo / y hacer lo que quiero y siento”. Preguntémosles qué quieren y qué sienten abandonados en las residencias y más triste aún, recordemos que no pudimos preguntarles ni despedirnos de los que ya no están con nosotros y partieron también abandonados. El abandono debilita el alma y yo no quiero participar.
Blanca Aparicio
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