
La humanidad no tiene futuro, la humanidad tiene esperanza. Hoy enfrentamos un desafío global que pone a prueba nuestra ética planetaria, nos encontramos de frente al rumor de la muerte acechando nuestras calles y desbordándose en cifras por medio de las pantallas.
La muerte es la principal arma en contra del progreso, es por esto que en medio de la pandemia que nos azota, la incertidumbre se sienta a la mesa, pues la muerte como posibilidad nos recuerda lo finitos y frágiles que somos.
Hoy enfrentamos la posibilidad de los dos finales del mundo: el primer final es la muerte del prójimo, el segundo final es la muerte propia. El mundo se desmorona con la muerte de cada ser humano, de cada ser viviente. Esto nos aterra porque conforme la pandemia acelera su paso, las muertes de los otros achica nuestro mundo, y cada vez nos sentimos más confinados, más atemorizados.
Lo más lamentable de esta tragedia, es que hay lugares donde el miedo ha echado raíz, en estos sitios, hombres y mujeres dejan de reconocerse como humanos, el miedo nubló sus miradas, ya no ven rostros, ahora solo ven el virus, ya no ven vecinos ahora solo ven culpables, ya no ven hermanos ahora solo ven extraños.
La sociedad del miedo es una sociedad sin esperanza, sin porvenir, sin humanidad. La sociedad del miedo trata a todos como culpables y el mayor contagio que vive es la desesperación. Sin embargo, en medio de la noche más oscura, en medio del bosque más tenebroso, en medio de la tormenta más fuerte, existe en nuestra condición humana una posibilidad que trasciende toda imposibilidad: la esperanza.
La esperanza nos provoca, nos entusiasma, nos lanza a responder afirmativamente a la vida. La esperanza nos anuncia que la clave en tiempos de pandemia no es tratar a todos como si estuvieran contagiados, la clave es tratar a todos como humanos. Esta esperanza que nos levanta nos confirma que el primer protocolo que tenemos que asumir es el dar de comer al hambriento, bebida al sediento, vestido al desnudo, refugio al forastero y barca al naufrago.
La muerte es la certeza, pero la esperanza por la vida antes de la muerte como un acto de entrega a los demás y a los seres vivientes es una convicción que hace de nuestro mundo un jardín de muchos mundos. La ausencia de los que ya no están será ofrendada con la entrega humanitaria por los que si están. Si la muerte es el silencio, la esperanza es la palabra hecha carne, que resonará y que colmará nuestra historia y la historia de los que nos recordarán.
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