Odio de los que hacen de la poesía
un lujo cultural,
como si fuera solo un fruto perfecto
de una construcción mental.
La poesía es fruto de la vivencia,
de tardes doradas y noches lluviosas,
rasgadas por la violencia.
La poesía es para los que viven a golpes,
a suspiros que toca fondo
y sale manchada.
Odio a los que no se arrastran por ella
y no están dispuestos hasta mancharse,
besarla hasta que sangre la luna,
la noche,
los labios.
Nuestros cantares no pueden ser adorno.
Nuestra angustia, el dolor,
el amor, el verso,
la palabra corta,
arma cargada que apunta al pecho,
son gritos en el cielo
hacia aquello que tiene nombre.
No, no puede ser moda la poesía,
no está sujeto a las condiciones del tiempo,
de esquemas, paréntesis
y fríos coloquios que la entronicen
en un nicho lejano
Ella besa, muerde, seduce,
mata, conduce.
No, no, odio la falsa construcción de castillos de naipes
para protegerla como si fuéramos un dragón.
Es ella que quema
y consume la sangre de todo caminante,
lo suficientemente enamorado,
loco, furioso, apasionado,
para andar en senderos no hechos.