Creo que no digo nada nuevo si afirmo que estamos atravesando unas circunstancias de grave crisis a nivel local, nacional y mundial. Pero esta crisis, en mi opinión, no se reduce sólo a una cuestión sanitaria o de pandemia. Se ha disparado, evidentemente, a partir de un tema de salud pública, pero a día de hoy afecta todos los aspectos de la vida social, tanto local como mundial. En este artículo me propongo reflexionar sobre un tema educativo a propósito de esta crisis: la cuestión fundamental de enseñar a gestionar la información, tanto la que recibimos, como la que producimos o reproducimos.

Toda crisis o quiebre nos reta y obliga a cambiar y rediseñar nuestros propios modelos mentales, como así también el paradigma social y cultural en el que nos encontramos involuntariamente viviendo. En este sentido, en los últimos meses todos nos hemos visto desafiados a cambiar hábitos personales y profesionales con la rapidez exponencial con que se propagaba el Coronavirus. Así, nos encontramos inesperadamente sometidos a un aprendizaje improvisado, que nos ha obligado a avanzar al modo antiguo: “ensayo-error”. Sin embargo, hay muchos aspectos de la situación por las que estamos atravesando que se pueden y deben pensar, para sacarle un rédito positivo a la transformación involuntaria que debemos cursar. Aspectos referidos al ámbito de la salud principalmente, sin dudas, pero también a cuestiones de gestión política de catástrofes, ecología general y humana, medidas de prevención de futuras epidemias, relaciones interpersonales en tiempos de crisis, estrategias efectivas y modos asertivos de comunicar temas sensibles, etc. No obstante, por mi rol docente y de padre quisiera poner el foco en otro tema: aprender a gestionar la información. Una pregunta que se impone, dada la apabullante cantidad de información que recibimos estos días es ¿cómo gestiono y enseño a gestionar a mis alumnos e hijos la exposición a los medios informativos y a la exagerada cantidad de datos que recibo diariamente?
Es un hecho ya bastante comentado que la epidemia mundial del COVID-19 ha hecho circular un número incalculable de «noticias», datos y estadísticas provenientes de medios no fiables de los que muchos se han hecho eco de modo irreflexivo e improvisado. ¿Es esta una conducta adecuada? ¿Estoy educado y tengo bajo control mi relación con las nuevas tecnologías de la información?
El tema es amplísimo, casi inagotable. Pero, para comenzar a cuestionarnos brindo algunos números sobre nuestro vínculo con, al menos, uno de los aparatos que más usamos para informarnos: 1 de cada 3 personas mira el celular o teléfono móvil más de 100 veces al día, lo que significa que nuestros ojos se posan en él una media de 1 vez cada 10 minutos sin contar las horas de sueño. El 25% de los menores de 25 años lo hace una media de 150 veces al día (1 vez cada 7 minutos). El 95% de las personas está como mínimo en un grupo de WhatsApp y un tercio tiene de 5 a 10 grupos. Un 40% de los menores de 25 años tiene más de 10 grupos.
Estas estadísticas llevan a los especialistas a hablar de un fenómeno nuevo, la hiperconexión. Nunca en la historia estuvimos tan desmesuradamente relacionados con un medio de comunicación masivo tan potente.
Este elevado nivel de vinculación con las redes conlleva otra consecuencia que también alarma. Pues supone que cada usuario produce 1,7 Mb de datos cada segundo. Datos que son publicados en diferentes plataformas webs. Esto resulta en un tráfico de 1 millón de gigabytes de información nueva cada minuto. Para ser más específicos: cada sesenta segundos se publican una media de más de 500.000 tweets, y más de 138.000 fotos en Instagram. Pero el aumento de los datos generados en Internet abarca todos los sectores. Por ejemplo, cuando el segundero dio una vuelta entera se efectúan más de 3.877.000 búsquedas en Google, se realizan más de 176.000 llamadas por Skype y se reproducen unas 750.000 canciones a través de Spotify. Además, Netflix aumentó el número de horas de transmisión un 40% en los últimos años, superando hoy las 400.000 horas de streaming. Y las cifras de YouTube superan los 4,33 millones de visitas por minuto de media. (Datos disponibles en: https://www.domo.com/learn/data-never-sleeps-8).
Como consecuencia de esto, algunos periodistas y académicos acuñaron el término “infoxicación”. La Real Academia de la Lengua Española (RAE) aceptó en 2012 el neologismo y lo definió como “el agobio que sentimos cuando nos llega demasiada información de golpe y nos cuesta o somos incapaces de procesarla”.

Creo, que con estos argumentos queda puesto en evidencia que debemos aprender a gestionar prudentemente nuestro uso de las tecnologías informativas (sobre todo si no vivimos de ellas); y a administrar la información que nos llega a través de ella. El razonamiento es, en mi opinión, bastante simple: si no lo hacemos todos corremos serios riesgos, mucho más los adolescentes y jóvenes. (Aunque conviene no olvidar que hay también una cantidad no menor de pre-púberes expuestos peligrosamente también a las redes sociales e internet).
¿Y por qué hay que aprender a gobernar lo que recibimos vía redes sociales y WhatsApp? Pues, por que está más que demostrado que circulan muchas, pero muchísimas noticias falsas (las famosas fake news), teorías conspirativas enfermizas, imágenes de alto contenido violento y pornográfico, fotos falsificadas o trucadas, estadísticas manipuladas, y un largo etcétera. Probablemente resulte una obviedad decirlo, pero estos contenidos son, por un lado, muy nocivos para uno mismo, y por otro lado, pueden resultar muy perjudiciales para los demás.
En diciembre del año 2018, en la ciudad de Bariloche (Provincia de Río Negro, en Argentina), un joven de 18 años se suicidó al viralizarse por una red social una denuncia falsa en su contra. La persona que publicó en Instagram el hecho que nunca sucedió, no previó el alcance incontrolado de la fake news y el joven, desesperado, tomó la peor decisión. La responsabilidad por el fallecimiento del muchacho no sólo fue de la persona que generó la información, sino también de aquellos que la reenviaron sin chequear su veracidad.
Conviene en este punto de la argumentación aclarar que educar en esto no sólo es una cuestión moral, sino sobre todo una cuestión de inteligencia práctica y prudencia (en el sentido aristotélico más puro de estos términos) de una herramienta que indebidamente manipulada puede resultar perjudicial para terceros (hay ya algunos actos dañosos por uso indebido de redes sociales y nuevas tecnologías tipificados como “ciberdelitos”, y penados por la ley en ya varios países).
De acuerdo a esta lógica, me atrevería a afirmar que postear una noticia sin constatar su fuente es una falta de responsabilidad civil grave. Hacerse eco de teorías conspiranoicas inescrupulosas se acerca mucho, a mi criterio, a una contravención. Hacer circular una estadística dudosa, cuya procedencia es incognoscible, es prácticamente una infracción. Ni hablar de realizar una calumnia o esparcir una mentira a través de tecnologías cuya potencia no podemos controlar. Por eso quisiera insistir en la urgente tarea de crear conciencia sobre enseñar y enseñarnos a hacer un uso comprometido de la información que recibimos. Tenemos derecho a informarnos y a generar información, pero también tenemos el deber de aprender a hacerlo con responsabilidad.
Un último concepto. Hay en el uso irreflexivo de la información por parte de la gente común una sensación de anonimato, que lleva a algunos a apretar el botón de “reenviar” sin pensar en las consecuencias gravosas de tal acción. Hay también creadores de contenido falso o tóxico, que actúan con mala intención, pero también con astucia e inteligencia, apelando a la sensibilidad o inmadurez de los receptores de esos contenidos, para lograr que su ponzoña se viralice. Por lo que, a riesgo de ser repetitivo, se impone tomar medidas claras y efectivas para que todos comprendamos la gravedad del asunto y nos hagamos cargo de nuestra conducta en las redes. Las autoridades civiles, los padres y los docentes estamos llamados a ser los primeros agentes de cambio en la gestión criteriosa de la información que hace la comunidad en la que vivimos, empezando por aquellos que están bajo nuestra tutela.
Fuentes consultadas: