Una serie de Netflix no es el espacio idóneo para hablar de ajedrez, aunque sí para dar información sobre algunos detalles que permanecen ajenos a la mayoría. No es el mejor ámbito para seguir una partida, pero sí para mostrar cómo puede ser la vida de quien juega.
El ajederez no es competitivo, es un arte
Este verbo tan “disminuido” en castellano, pero que mantiene su fuerza en otros, es fundamental para entender la esencia del ajedrez. Un espacio concreto, con unas medidas determinadas, y unas herramientas con funciones bien definidas, preparado para dos personas, es el resumen de un juego que requiere atención y sensibilidad, paciencia y control, empatía y persistencia. Es un juego porque son dos personas con unas reglas y un objetivo; es el desarrollo de las capacidades humanas puestas “en juego” para descubrir al otro.

La serie de Netflix es buena en muchos sentidos; guión, actuación, ritmo… Es una fantasía sobre una jugadora muy joven que triunfa y llega a la cumbre en los años 60 en USA. Fantasía porque ninguna estadounidense hizo nada similar, pero la fantasía no es falsedad, es una alternativa a la realidad que nos muestra lo real desde otra dimensión. Obsesión, adicciones, soledad, pérdida, son temas que aparecen muy bien en la serie a través del vehículo que es el ajedrez. El ambiente de los torneos, la masculinización no sólo de estos sino del propio juego, la tensión que implica la búsqueda de la perfección, la obsesión necesaria para enfrentarse al ritmo de ir de torneo en torneo, quedan muy bien delineados, todo ello en un continuo rozar el problema de las adicciones y la salud mental.
No existiría competición en ajedrez sin la obsesión. El ajedrez no es competitivo, es un arte, se dice en la serie, y es totalmente cierto. La competición es un producto derivado, pero no intrínseco al juego. Las partidas que duraban años entre los mercaderes itinerantes, o en el ajedrez postal, ya dejan ver que se puede jugar sin una competitividad obsesiva. Pero el nivel de concentración y esfuerzo para llevar a cabo una competición de ajedrecistas, proporcional al nivel de quienes jueguen, conlleva la necesidad de alcanzar grados obsesivos. Recuerdo que tras algunas semanas, a los 18 años, jugando a diario en la facultad y en un bar del barrio de Usera (Madrid), comenzó a aparecer el tablero al cerrar los ojos, y llegué a seguir partidas hasta el movimiento 15 sin necesidad de tablero físico, jugando en mi mente. Quien llega a una final mundial precisa de niveles obsesivos infinitamente mayores, en los que el ajedrez se confunde con la vida diaria.
Y todo esto se puede favorecer con drogas y alcohol. Al igual que en el mundo del arte, jugar o pensar (lo mismo a fin de cuentas), el uso de facilitadores como estos permite en un principio alcanzar mejor y más rápido niveles óptimos. Pero a la postre es totalmente contraproducente, ya que el bloqueo mental posterior choca con los estados obsesivos, provocando problemas mentales. La serie aborda muy bien este tema. Recordemos que el personaje de la madre, de la que sabemos es doctora en matemáticas, presenta un antecedente que puede motivar alguna de las actitudes de nuestra protagonista.
El tema del feminismo de la serie está por todas partes. La idea de que el ajedrez no es para mujeres es un producto del patriarcado tradicional, y la serie lo critica ampliamente, no solo en las escenas que suceden en Estados Unidos, sino también en las de la URSS. Los torneos permanecen aún segregados, a pesar de que últimamente las grandes jugadoras se presentan a los torneos a competir como lo haría un jugador masculino. La idea de que el cerebro de la mujer era inferior ha conllevado esa segregación sexual, como en el deporte sucede aduciendo cuestiones físicas. Hoy es aún difícil que una niña se interese por este juego dado que aún se le ve como juego de hombres, pero cada vez más aparecen mujeres en las grandes competiciones.
En algunos momentos de la serie se habla de las diferencias que en aquellos años existían entre USA y la URSS a la hora de apoyar la práctica del ajedrez. Considerado a veces deporte, otras herramienta educativa, el apoyo económico de los gobiernos a este juego es muy desigual, y en las dos superpotencias de la Guerra Fría se ejemplifican las consecuencias de considerarlo deporte de segunda o arma política en educación, las dos desviaciones más comunes. El ajedrez no es un deporte, es un juego, y como tal no puede valorarse con las necesidades de una práctica deportiva, ni tampoco tiene las ventajas que al deporte se le suponen; no hay beneficio directo para la salud por el ejercicio, y necesita de unos materiales y espacios menos complejos que un deporte. Por otro lado, educativamente es una herramienta de apoyo y desarrollo personal que debería ser potenciada, pero dotarla del rango de asignatura le otorga un valor estratégico político que precisa de una contrapartida, que en este caso es el valorar excesivamente la competición, restándole valor al desarrollo personal. En diferentes momentos de la serie se hacen notar las deficiencias en el apoyo en USA, y por otro lado, la relevancia política para URSS. Entre medias, las posiciones adoptadas por las administraciones poniendo más peso en un lado u otro, perdiendo en el camino la propia práctica del ajedrez.

Por último, recalcar el lado humano de la serie. Son las relaciones personales, la compañera de orfanato, su madre adoptiva, su propia madre o los compañeros de ajedrez, ponen el contrapeso al aislamiento, a las adicciones, a lo obsesivo de la competición, para finalizar en la gran escena con la que concluye la serie, jugando en la calle, con las personas que realmente dan vida al juego, que son las que lo practican como parte de sus vidas.
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