Cuando la fuerza se realiza en la debilidad

«Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad» (2Co 12,9)

Un elemento de la misión de San Pablo que es paradójico, es la afirmación de que la fuerza del cristiano se experimenta en la debilidad. Esto en un mundo que ha aprendido a hacer uso de la fuerza, ya sea en la guerra, en la ciencia, en la tecnología, en la política o en todo ámbito de competencia. Incluso en el mundo educativo y laboral se habla de adquirir “competencias” y el más hábil es el más “competitivo”.  

Esto sólo revela que la mentalidad y el corazón del mundo se han alejado del cristianismo, cuyo centro es que Dios se ha revelado al mundo en un niño débil. Es la Palabra Eterna que aprende a hablar y que está sujeto a las inclemencias del clima, de las enfermedades y que incluso tiene qué ser protegido porque Herodes lo busca para asesinarlo. ¡Así de frágil parece depender nuestra salvación ante los ojos del mundo! Qué distinta es una humanidad que quiere depender sólo de sí misma y rechaza depender de Dios. Pero el plan de la Providencia para la salvación de los hombres es otro: Jesús viene a redimirnos y el cristiano ya no es quien vive de sí y para sí, sino que es Cristo quien vive en él (Gal 2, 20). San Pablo tenía una personalidad temperamental, quien era fariseo y fanático perseguidor de los cristianos es tirado del caballo y es educado por el Señor para que sólo la Gracia le baste (2Co 12, 9). Y emprende un largo camino de evangelización en la que va descubriendo una misión de enseñanza de la doctrina a través de su prédica y sus cartas a las distintas comunidades. 

San Pablo fue descubriendo que en el centro de la vida del cristiano debe ser ocupado por Cristo y en sus cartas enseña que la contradicción que hay en nuestra condición herida por el pecado (hago el mal que no quiero en lugar del bien que quiero Rm 7,19), la experiencia de fragilidad y de reconocimiento de las propias miserias y flaquezas, es la ocasión querida por la Providencia para abrir el corazón al Señor y dejarlo actuar en nuestra vida. En la segunda carta a los Corintios nos habla de que esto lo ha experimentado en su propia vida: “Me han metido una espina en la carne, un ángel de Satanás que me apalea para que no sea soberbio. Tres veces he pedido al Señor verme libre de él; y me ha respondido: Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad” (2Co 12,8). No nos dice a qué se refiere al hablar de una “espina en la carne”, puede ser que se refiera a algún vicio, una enfermedad o algún problema personal, pero seguramente al referirlo como “espina”, es que era algo doloroso para él y con certeza se sentía por ello humillado, dolido o derrotado.  Pero es por ello que acude a la gracia y pide con humildad poder superarla. La Gracia le será dada para poder vivir y soportar tal humillación con humildad y amor, enseñándonos que Dios quiere corazones rendidos y confiados a su amor, antes que héroes poderosos y es por ello que dice más adelante: “Vivo contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2Co 12,10).

La experiencia existencial donde reconocemos la pequeñez y fragilidad son oportunidades para abrirnos a la Gracia. Y por ello es que la Gracia es misión, ya que, como dice el apóstol a los Romanos (8,26-30): «El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad (…) a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio (…) predestinó, los llamó; los justificó; los glorificó«. 

Las misiones en la Iglesia no pueden ser medidas en indicadores de eficiencia e incluso, las misiones que parecen más escondidas y que son “mundanamente inútiles”, son las que pueden ser más fructíferas a los ojos de Dios. Los niños, pobres, ancianos y enfermos, en su indefensión son los preferidos del Padre. Sus ofrendas y oraciones son las más ricas en la economía de la salvación. 

San Pablo experimentó que la vida no es lo que nos proponemos, que la historia depende de Dios y que por mucho que hagamos planes o tengamos propósitos, lo que más nos conviene es descubrir su presencia y rendirnos ante su amor. Esto lo plasma en la misma segunda carta a los corintios, donde revela su propia rendición, al reconocer que lleva “un tesoro en vasija de barro” (4,7) y que, aunque nuestro “hombre exterior se vaya desmoronando, nuestro hombre interior se va renovando día a día”. (4,16)

Esta paradoja es indispensable para vivir la fe en Jesucristo. Cuando experimentamos la impotencia ante nuestras fallas y pecados podemos reconocer que sólo Dios puede vencer el mal en nosotros. La existencia cristiana, la fe, se sostiene en la paradoja de creer en un Dios crucificado, muerto en la máxima debilidad de la omnipotencia y por ello dice san Pablo que nuestra fortaleza está en la debilidad de la cruz. «Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad», dice (2Co 12,9) e incluso, «no somos capaces de pensar nada por nosotros mismos» (2Cor 3,5).

¿Esto quiere decir que Pablo no reconoce sus propias fortalezas o virtudes? Si fuera así, pareciera que se degradara o viviera un apocamiento, teniendo una personalidad frustrada o limitada. ¡Y vemos que fue todo lo contrario! Al imaginarlo predicando en el areópago de Atenas, al escribir y amonestar a las diversas comunidades, viajando con muchas dificultades por el mundo entonces conocido o al ir camino del martirio a Roma y dar testimonio de su fe en Jesucristo, descubrimos sus talentos que sin lugar a dudas lo habrían hecho tener una fuerte personalidad y temperamento. 

Pero al vivir en la libertad de la Gracia, encuentra que todo es un don, todo ha sido recibido de Otro y que debe poner en juego lo propio en vista a una misión, sin gloriarse en ello porque no es suyo. Entonces, si todo depende de Dios, ¿el hombre es un sujeto pasivo? La respuesta que daría San Pablo es que sí, pero que no debe vivir en el quietismo. Es decir, aceptamos la primordialidad de la Gracia, pero en nosotros debe involucrarse por completo nuestra humanidad para dar el sí y dejar que Dios actúe.

San Pablo antes que un gran maestro de doctrina (que sí lo es), es un santo que muestra que al dejar al Cristo que tome todo de sí, vive en su propia carne la confianza en Dios que lo hace ver con esperanza y serena alegría hasta las situaciones que parecieran más difíciles porque confía humildemente en la gracia de Dios. Cuando vivimos situaciones en las que nuestras fuerzas parecen agotarse y ya no podemos más, es entonces cuando debemos dejar actuar la Gracia de Dios. Siempre se nos presentarán las situaciones donde el Señor nos pide tener confianza y abandonarnos por completo en Él. La colaboración que nos pide es ser testigos con nuestra vida de lo que hemos visto y oído. Las situaciones dolorosas, difíciles y que parecen humanamente imposibles son las ocasiones para afirmar con san Pablo que: “cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2Co 12,10). 

Cuando nos desanimamos por nuestro pasado lleno de errores, por nuestras personales debilidades y tropiezos que damos todos los días, más nos valdría recordar lo dicho por el apóstol: «con gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo» (2Co 12,9).

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