Seamos realistas y críticos: La doctrina social de la Iglesia no ha tenido el suficiente calado en México, incluso entre católicos. Desgraciadamente es común el error de hacerla coincidir con ideologías tanto de izquierda como de derecha y eso acorta la mira de los creyente que incluso con buena fe buscan participar en las cuestiones sociales y hace que no siempre hagamos un juicio desde el mensaje de Jesús de lo que sucede en nuestro entorno.

Quizás estemos cansados de que se hable demasiado de política por todos lados, pero es necesario que los cristianos asumamos el reto de entender a una sociedad que ha cambiado y que tiene hoy motivaciones y razones distintas. El gobierno de Andrés Manuel López Obrador y la nueva configuración de los partidos no es una simple alternancia, en nuestro país es mayoritaria una nueva manera de comprender la política. Por ello se requiere entender el contexto histórico que ha llevado a la situación presente y tener claro cómo actuar en este momento desde la fe.

Nuestra participación debe ir más allá de haber ejercido el derecho al voto. Hay que pensar la política no sólo desde el gobierno, sino también desde cómo nos organizamos como sociedad. Quisiera proponer algunas hipótesis para ser más fieles a nuestra identidad cristiana, entender la nueva realidad y enriquecer, con nuestra aportación, la construcción conjunta del desarrollo de nuestro querido país.

Fortalecer a los laicos al interior de la Iglesia

En la mentalidad común, hablar de la Iglesia significa referir a la jerarquía, sin sentirse aludido los seglares. El Papa Francisco ha insistido con fuerza en superar el lastre del clericalismo y por ello es prioritario formar un laicado católico adulto y responsable, mejor preparado y que sea capaz de asumir posturas públicas.

Los laicos debemos conocer mejor la complejidad de la realidad de nuestro país y tener una participación en la vida pública de México de manera creativa, inteligente, novedosa. Es importante comprender que todos estamos llamados a ser testigos de Cristo en el mundo y que la particular misión de los laicos es la participación en estos espacios sociales. Despertar y descubrir en las universidades y grupos juveniles vocaciones a la actividad pública es parte de esa misma misión.

En la tradición liberal de nuestro país ha sido mal vista la participación de la Iglesia como un sujeto político, y ciertamente no lo es en estricto sentido. Si llegara a serlo, entonces, en este mundo plural, se convierte en un partido, un «lobby» que no puede hablar a todos y deja de ser libre para actuar. Los cristianos comprometidos en la actividad pública son en cambio una parte del todo, pueden estar presentes en uno o más partidos, desarrollando una tarea esencial que es la lucha por el bien común sin representar directamente a la Iglesia. Ellos deberán entonces representar solo a su propia conciencia de creyentes y no pueden implicar a la Iglesia en el terreno político. Por ello deberán asumir sus propias responsabilidades con el riesgo de equivocarse.

¿Cuál es el espacio de los cristianos en la política?

Durante muchos años, los cristianos que buscábamos participar en la vida política de México, encontrábamos que sólo había una opción de partido válida. Hoy es importante señalar el legítimo pluralismo de los católicos en las fuerzas políticas. Hay que reconocer que la unidad política de los católicos se ha acabado y ningún partido puede representar hoy por entero a la Doctrina Social de la Iglesia.

Si bien es importante trabajar por valores que no son negociables, hay que comprender que éstos no agotan las posibilidades y potencialidades que requieren el compromiso público de los católicos en la sociedad democrática.

La experiencia de estos años nos ha enseñado que es importante que nuestra participación no se limite a una agenda de dos o tres valores por custodiar, porque eso provoca que la Iglesia mire con miopía la realidad y se identifique con una propuesta social y política de centro-derecha que sea por un lado contraria al aborto y por otro lado, liberal en el ámbito socioeconómico, mostrando cierto desinterés por el terreno social. En algunos países, las nuevas generaciones no encuentran diferencias entre estas posturas políticas y la misma Iglesia.

Tenemos claro que hay que rechazar una cierta mentalidad relativista, pero es importante comprender que la base del relativismo contemporáneo ha sido la absolutización de los «valores» económicos y técnicos, con criterios de rentabilidad y eficiencia.

No se puede estar contra el relativismo y no criticar al mismo tiempo el nuevo sistema económico, porque eso significa no ir a la raíz del problema. Es decir, hay un peligro latente en identificar el cristianismo en la vida pública con ciertos valores liberales económicos y políticos nacidos de ideologías.

Por eso es importante superar el debate polarizado entre los católicos del testimonio y los del compromiso. La misión de los cristianos no se agota en posturas intimistas ni en activismos sociales. El catolicismo es síntesis, y esta síntesis encuentra hoy expresión en las palabras del Papa Francisco, donde vive con plenitud la unidad entre evangelización y promoción humana. El Papa ha recalcado la importante del encuentro, del anuncio y la misericordia, pero esa prioridad implica la opción por los más pobres, por quienes han sido olvidados por este modelo tecnocrático dominante. El encuentro y la misericordia nos llevan a implicarnos con los olvidados y excluidos, sin dejar de mirar a los niños aún no nacidos, los enfermos, los ancianos, los jóvenes sin trabajo, los migrantes. También nos motiva a denunciar con fuerza las nuevas formas de esclavitud, la terrible trata de personas, la violencia que se apodera de nuestro país, las desapariciones, la prostitución.

Por todo ello es importante entender que el pluralismo político de los católicos en México puede vivirse en un clima de unidad eclesial.

Rechazar la idea de “cristiandad”

Hay quienes siguen creyendo que lo ideal es que el cristianismo sea hegemónico en nuestra sociedad y no aceptan la pluralidad de ideas. Esta hegemonía que algunos llaman “cristiandad” ya no existe y se posicionan en los espacios públicos de una manera “reactiva” ante la defensa de determinados valores, que continuamente son cuestionados y no aceptados por la cultura dominante, plural y democrática. La manera de proceder de estos cristianos, muchas veces bien organizados, es cuestionando y descartando las formas culturales que salen fuera de su paradigma, lo que, en nombre de una mal entendida intransigencia, los cierra a entender el mundo y lo positivo del diálogo y las nuevas expresiones humanas.

¿Cuál es la postura que tenemos que tener los católicos para construir la vida en común y mostrar de una manera razonable la fe y contribuir inteligentemente en la construcción de un mundo más humano?

El cristiano está llamado a poner de manifiesto no una ideología que busque imponerse mediante el poder, el debate dialéctico o la superioridad moral, sino a humildemente presentarse en esta sociedad nihilista y secularizada con una propuesta existencial razonable que se fundamenta en la gracia y no sobre la voluntad.

Von Balthasar, el destacado teólogo del siglo XX, afirmaba que después de la caída de las evidencias modernas basadas en la razón, “solo el amor es creíble”. Afirma el sacerdote Julián Carrón que solo la experiencia del hecho cristiano, la “experiencia” y no la adhesión formal a los dogmas o a la tradición, puede generar hombres en los que la fe se exprese como una humanidad nueva.

Antes que ser cristianos «reactivos» que se declaran enemigos y que culpan de todos los males a los tiempos presentes, es necesario ser personas libres, que se comprometan fiel y creativamente con el bien (aunque sea modesto) que se encuentra en el presente. Su error no está en la defensa (justa) de ciertos valores, sino en creer que de su presencia depende el “renacer” cristiano.

Por ello es que es importante cuidar que la identidad cristiana no se entienda como una construcción ideológica que termine en la dialéctica amigo-enemigo. Una consecuencia de ello sería identificar la evangelización con el proselitismo, peligro que ha advertido el Papa Francisco. El encuentro cristiano es algo distinto, humano, que no pretende nada del otro, ni siquiera que se haga cristiano, porque eso no es obra del hombre, sino de Dios.

En lo político, este tipo de católicos, al sentir que poseen cierta autoridad moral para la construcción de la civilización, suelen rechazar la contribución positiva que otros puedan aportar. Pretender que sólo los cristianos conduzcan las soluciones sociales llevaría peligrosamente a reducciones ideológicas con una visión maniquea de puros contra impuros.

Cuando uno ve a quienes tienen una postura contraria al Papa Francisco, se encuentra con que asumen que el diálogo, la escucha, la colaboración es renuncia a la defensa de los valores “no negociables”, pero continuamente su magisterio demuestra que esa es una idea completamente equivocada. Es importante entender que la presencia, social y política del cristiano en el mundo puede y debe ir mucho más allá del perímetro de esos valores.

Ampliar la comprensión de qué significa la cultura de la vida

Ya hemos dicho que es necesario que los cristianos ampliemos la mirada, porque la realidad social, cultural y política del país así lo requiere. En los últimos años los católicos organizados han sido los primeros en levantar la voz para defender a la familia y la vida en el vientre materno. Sin lugar a dudas será importante la participación en la escena pública por la tutela de estos valores, ya que de ellos depende el nivel de civilización de un pueblo. Pero es importante recordar que de la civilización no sigue el renacer de la fe. Esta depende de otra cosa. Como decía el papa Benedicto XVI en Deus Caritas Est: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva».

No bastan leyes antiabortistas ni a favor de las familias para mantener viva la conciencia de que la vida es un bien. La oposición al aborto debe ir unida al compromiso por humanizar la condición de las madres y por supuesto, hay que recordar que se muere por aborto pero también por pobreza, por guerras y por otras causas. Hay que pasar de este activismo pro vida de confrontación y lucha, a ser pro personas, estar a favor de todo lo humano en cualquier etapa de la vida.

Hemos llegado al punto de que debatimos estas leyes porque la vida ya no se percibe como algo importante. La cultura de la vida pasa a través de una experiencia existencial que da sentido a todo. Por eso el testimonio de la fe es lo que hoy “primerea”.

Es importante que en México la defensa de la vida y de las familias no sea rehén de ciertos grupos y agendas particulares. Quien conoce la dinámica de estos grupos sabe que hay conflictos entre algunos de ellos por protagonismo y por intereses políticos particulares. Puede ser una sutil trampa en la que la Iglesia no debe caer.

No basta sólo el activismo y la presencia en la calle para denunciar este relativismo dominante. Es necesario los testimonios de vida auténticos, porque el problema humano no se resolverá por el anuncio doctrinal ni por una doctrina moral.

Entrevistado por el padre Spadaro, el Papa Francisco afirmaba: «no podemos seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. (…) Las enseñanzas de la Iglesia, sean dogmáticas o morales, no son todas equivalentes. Una pastoral misionera no se obsesiona por transmitir de modo desestructurado un conjunto de doctrinas para imponerlas insistentemente. El anuncio misionero se concentra en lo esencial, en lo necesario, que, por otra parte es lo que más apasiona y atrae, es lo que hace arder el corazón, como a los discípulos de Emaús».

No podemos dejar que los contenidos de la biopolítica (aborto, familia y otros) ocupen por completo la agenda pública. En tiempo de los primeros cristianos, en Roma era común el aborto, el adulterio, la homosexualidad, el divorcio y los creyentes no lucharon contra ello, simplemente vivieron la alegría de esta experiencia humana nacida de su encuentro con Jesús. Ellos fueron rechazados por el poder político y por los intelectuales, pero su testimonio se hizo cultura y transformó a personas y a pueblos. Hoy también el cristianismo se anuncia en medio de una sociedad pagana y el camino sigue siendo el mismo: un encuentro personal que sea experiencia y dé sentido a la vida y a la vida en comunidad.

Una distinta manera de ser católicos en el espacio público

Después del periodo cristero se dieron diversos movimientos de cristianos en la vida pública que reaccionaban ante la acción de las ideologías. Algunos optaron por la organización de grupos que cayeron en el integrismo, el secretismo y la polarización. Ni entonces ni hoy son necesarios ese tipo de movimientos que han dañado la vida de muchos cristianos bien intencionados. Desgraciadamente en su reduccionismo ideológico, han pretendido identificar sus causas políticas con las causas de la Iglesia y de México. Muchos católicos laicos e incluso obispos, han caído en esta trampa.

La presencia de los cristianos en los ambientes públicos pasa por el interés por la atención a los pobres y superar la marginación, por el cuidado del medio ambiente, la educación, por la atención a los indígenas, por generar una cultura de solidaridad que supere todo rastro de violencia y de corrupción en nuestro país. Para esto, hay que tomar en cuenta que no es necesario un partido “católico”, porque eso llevaría a identificar a la Iglesia con una agrupación polarizada en torno a algunos valores, tendría apoyo mínimo y estaría sin influencia real en el panorama político.

Más que aspirar a que haya más cristianos en el poder, se debe trabajar en la generación de una cultura de participación ciudadana y en el fortalecimiento de la sociedad civil, debemos aspirar a que los cristianos entendamos que colaborar en la construcción de una sociedad más justa es compromiso de todos.

La Iglesia como factor de unidad y no de confrontación

Seamos creyentes o no, todos compartimos en este contexto democrático el compromiso de contribuir al bien común. Y la Iglesia es una de las pocas voces que tiene autoridad para denunciar la cultura individualista y el capitalismo radicalmente inhumano.

El testimonio cristiano en México requiere entonces que no seamos factores de división, sino de unidad. Tenemos el reto de reconocer la riqueza de la pluralidad y encontrar en el diálogo los elementos para la comprensión mutua y la superación de las diferencias. México es el espacio común de todos los mexicanos y debemos aprender que no poseemos la totalidad de la verdad. No necesitamos más confrontaciones, sino espacios de escucha y de encuentro, que aclaren el camino conjunto para la construcción de una mejor sociedad.

Conclusión

Los jóvenes de hoy fácilmente se pueden sentir deslumbrados por el atractivo de una sociedad consumista. Para muchos, el sentido de la vida consiste en la obtención de bienes materiales y el cristianismo se vuelve accesorio o parte de un pasado que no les significa ya nada. Mientras sigamos aferrados en estrategias de resistencia no seremos capaces de mostrar el atractivo que tiene Jesús.

Esta tentación ética hace que pase a un segundo plano el fundamento de la fe, como ya lo advertía el Papa Francisco: “la predicación moral cristiana no es una ética estoica, es más que una ascesis, no es una mera filosofía práctica ni un catálogo de pecados y errores. El Evangelio invita ante todo a responder al Dios amante que nos salva, reconociéndolo en los demás y saliendo de nosotros mismos para buscar el bien de todos. ¡Esa invitación en ninguna circunstancia se debe ensombrecer! Todas las virtudes están al servicio de esta respuesta de amor. Si esa invitación no brilla con fuerza y atractivo, el edificio moral de la Iglesia corre el riesgo de convertirse en un castillo de naipes, y allí está nuestro peor peligro. Porque no será propiamente el Evangelio lo que se anuncie, sino algunos acentos doctrinales o morales que proceden de determinadas opciones ideológicas” (Evangelii gaudium, 39).

Por lo tanto, los cristianos no debemos estar en el mundo reactivamente, condenando, persiguiendo, señalando solamente el mal, sino que estamos llamados a ser una presencia original, que muestre a los hombres desencantados de esta sociedad neo pagana la belleza del encuentro.

4 respuestas a “Los católicos en México como una presencia original”

  1. Este tipo de información es lo que necesitamos todos los que nos consideramos. Del «buen pensar » porque esto nos lleva al buen actuar.

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    1. Hola Víctor, gracias por la lectura y la opinión. Hay que entender los cambios del mundo como algo positivo y plantearse en la realidad de manera adecuada. Estoy de acuerdo contigo. Saludos!

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  2. Buen artículo mi Gabo, arduo camino para las Nuevas Generaciones.

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    1. Gracias mi Dany, así es. Un abrazo!

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