Por mi formación filosófica, me veo siempre inclinado a empezar por referirme a las propias palabras y así centrar el discurso. Así me gustaría indicar a qué nos referimos por ciencia ficción en literatura (y por extensión, en el cine), por qué y qué otras opciones tendríamos.
Hablar de CF es hablar de revistas, y entre ellas de Amazing Stories, y de Hugo Gernsback. Éste último fue quien adoptó el término que aún no conseguía afianzarse, para referirse al tipo de historias que se publicaban en su revista, en las que la anticipación científica, las referencias a tiempos futuros, a la vida fuera del planeta Tierra, o las alternativas a nuestro mundo actual, eran la base argumental para hablar del presente y realizar en muchos casos una crítica sociopolítica y cultural lejos de ser aceptada. No siempre ha sido el término más usado, y hasta los años 60 o 70 del siglo XX fue el término especulación científica de Robert Heinlein el que parecía imponerse. Pero pongamos el apellido que le pongamos, desde los tiempos más remotos, donde la literatura era pura oralidad, ya se narraban historias de otros mundos, de otros seres distintos pero relacionados con nosotras, las personas que poblamos el planeta, y ya se hablaba del bien y del mal, de la eterna confrontación entre lo bueno y su ausencia.
El término especulación fue el preferido de todos aquellos y aquellas que escribían desde la ciencia, o desde criterios científicos que buscaban ser rigurosos en sus supuestos y conclusiones. El propio Heinlein, Asimov, Clarke, Le Guin, tenían profesión científica, pero dedicaron gran parte de su vida a la especulación y a convertirla en literatura, de gran o pequeño formato, incluso al guión cinematográfico. Dieron grandes frutos como lo habían hecho Verne o Wells, ambos con formación científica más o menos autodidacta, y dieron forma a un género literario tanto en el formato de novela como en el del relato corto, con verdaderas obras maestras, donde la anticipación a lo que ha sido luego realidad era la base argumental. Hoy la anticipación científica ha reducido su presencia, quizás porque vivimos uno de esos momentos en los que la humanidad se regodea en sus logros y piensa menos hacia adelante.
Fantasía ha sido otra denominación que ha gozado de mucho éxito en momentos diferentes. Pero esta denominación ha ido más enfocada a las historias donde se utilizan épocas ficticias partiendo de mundos o tiempos alternativos. En ellas puede aparecer el espacio como también épocas remotas ucrónicas en lo que podría ser la Tierra u otro lugar. Aquí entrarían autores como Tolkien o Herbert pero también los guiones de Star Wars, Galáctica e incluso Star Trek, basados en mayor o menor manera en textos publicados con anterioridad o que han motivado textos posteriores a su versión cinematográfica.
Hay una tercera opción que no ha tenido un nombre definido pero que bien podría llamarse utópico, o de historia ficción, u ópera espacial, donde la ciencia juega un papel secundario, el espacio puede aparecer o no, pero que fundamentalmente ha ido dirigido a mostrar pasados o presentes alternativos a los reales, así como futuros posibles, pero como denominador común la distopía, y en mucho menor manera la utopía. Aquí tenemos una gran variedad de nombres que mencionar, como Twain, Orwell, Dick, Huxley, Bradbury, Butler, Atwood o Tiptree.
Pero yo me había propuesto hablar concretamente hoy sobre los temas, las líneas de trabajo, y sus implicaciones, que tanto escritores como escritoras han ido fijando como las líneas fuertes de la literatura que comúnmente se llama “de ciencia ficción”, englobando todo lo dicho anteriormente, enmarcado en mi relación con el género y mi dedicación a la filosofía.
El verano de mis 14 años no tenía claro qué me iba a llevar para leer en esas largas tardes de agosto en la playa, era el año 1977 y había terminado 1º de BUP. Era un lector demasiado selectivo, y hasta ese momento me había centrado en la novela histórica, sin poder terminar los libros que me habían obligado a leer aquel curso. De entre los libros de mi padre, no recuerdo muy bien cómo escogí 1984 de Orwell. Creo que me pareció lo suficientemente largo como para ocupar todo aquel mes, y lo metí en la maleta. Pero resultó ser una lectura tan absorbente, que al tercer día me había quedado sin lectura. Era mi primera incursión en la historia ficción, en la especulación, y no iba a ser la última.
Al bajar del piso donde nos alojábamos en Tabernes playa, había una tienda de productos playeros, que vendía periódicos y libros. Y allí había un expositor giratorio de la gloriosa Editorial Bruguera, que además tenía algunos ejemplares de la Editorial Martinez Roca, que entre 1976 y 1977 publicó una selección de cuentos bajo la dirección de Isaac Asimov titulada La Edad de Oro de la Ciencia Ficción en dos tomos, con cuentos de los años 30, donde incluso aparecía uno de los primeros cuentos de Asimov. En sucesivas semanas me compré ambos libros, que fueron devorados imprudentemente. Venían intercalados por la historiografía de las revistas de la época, de las vidas de sus autores y autoras, de los recuerdos de Asimov y sus valoraciones. Las dos semanas siguientes compré algunos de los libros de la colección de Ciencia Ficción de Bruguera que se titulaba como Ciencia Ficción seguidos de un número. Además compré mi primer libro de Stanislav Lem.
Aquello fue como un estallido. Seres galácticos, viajes espaciales, mundos imposibles, invasiones alienígenas, se sucedían de manera incansable. Pero ese otoño iba a comenzar de verdad mi relación con el cine y la literatura. Porque aunque había disfrutado de series como UFO, Espacio 1999, y tenía recuerdo de haber visto en mi primera infancia capítulos de la Serie Original de Star Trek en Chile, aún no estaban conectados el papel y el celuloide de la manera que lo estarían tras ver “2001, una odisea en el espacio” por primera vez en el otoño de ese año, en una reposición en los cines de Madrid. Sabía que el libro estaba en las estanterías de mi casa, pero aún no sabía que la película había sido primero, y que iba a ser imprescindible su lectura para entender esa película que me dejó conmocionado. Un grande del cine, Kubrick, había puesto imágenes y música a otro grande de la literatura de Ciencia Ficción, Arthur C. Clarke. Después de aquello vendrían todos los libros del autor, que daban rienda suelta a mi interés científico y a mi creciente pasión por la astronomía.
Ese año aún quedaba el estreno de Star Wars en el Real Cinema de la plaza de la Ópera de Madrid, y por navidades fui a verla con mis amigas y amigos. Aquella estrella de la muerte que contradecía todas las leyes de la física me llevó a pensar en cómo debía ser una que realmente pudiera viajar por el espacio; dos años de investigaciones.
Los grandes escritores y escritoras de Ciencia Ficción que había ido conociendo se sucedían en los libros que leía. Y en 1978 va a darse una lectura fuera de lo corriente para lo que estaba siendo habitual, nada de lectura obligatoria del Siglo de Oro, ni de Ciencia Ficción. Se trataba de un libro que llamó mi atención de la estantería de mi tío materno; Cinco Lecciones de Metafísica de Zubiri. La Metafísica comenzó a entrelazarse con la anticipación científica, los mundos alternativos y las grandes óperas estelares.
Se había abierto un camino de no retorno. La Historia, la Filosofía, la Ciencia, comenzaron a comunicarse de manera inevitable, para que la segunda tomara un primer plano un par de años después. Pero la anticipación, la utopía y la Ciencia Ficción continuaron quince años más presentes en mis lecturas y entre mis películas y series favoritas. La toma de contacto con el universo que Gene Roddenberry había creado para dar forma a su utopía personal, fue el último gran descubrimiento en este tema. Sin ser una obra escrita a parte de los guiones, los contenidos sobre economía, política, sociología, historia y ética que rellenaban las acciones de sus personajes me siguen sorprendiendo.
Y lo realmente sorprendente de todo esto es que si leemos a Lem, o vemos las películas sobre su obra que hizo Tarkowski; leemos a Philippe K. Dick, vemos las películas que hizo Ridley Scott; leemos Dune de Herbert o Fundación de Asimov; cualquiera de las obras de Bradbury, Orwell o Tolkien (en este caso también si vemos las películas de sus libros que ha hecho Peter Jackson… en todas ellas encontramos una profundidad y una visión crítica del mundo que vienen a cumplir la misión que todo arte, por la parte Estética que le corresponde, tiene impuesta. Dar forma al mundo que debería ser o podría haber sido, y cerrar el círculo que Ética y Metafísica no pueden por sí mismas.
La literatura ha sido la forma de expresión de las ideas pasadas, presentes y por haber, que los diferentes presentes pretenden convertir en reales e inamovibles. Que se lo digan a Cervantes que puso las bases de la filosofía de la época en el mundo de habla hispana, cuando en la península no podía escribirse sobre ello directamente. No tuvimos a Thomas More, pero sí a Cervantes. Y hemos tenido a Jardiel Poncela con Cuatro corazones con freno y marcha atrás.
En la actualidad, los zombies y las pandemias han tomado la primera línea de este género (hago excepción del magnífico texto de Mathesson, Soy leyenda) generando un paréntesis en su progresión, quizás como decía antes porque vivimos un estancamiento en nuestras fantasías y nuestra proyección de futuro, que ni siquiera la posibilidad de llegar a Marte consigue mitigar, motivada en parte por el endiosamiento que hemos generado sobre la Ciencia y su infalibilidad. Pero indudablemente es una salida a nuestra creación, necesaria, muy necesaria, y a nuestros deseos de cambiar a mejor junto a nuestros miedos de hacerlo a peor. Quizás esa sea la razón por la que de muchas maneras ha estado presente en mi vida, como cuando hablábamos de lo bueno y lo malo en el centro penitenciario de Badajoz hace unos 15 años, o cuando a mi alumnado les propongo tratar ese mismo tema en Valores Éticos a través de los universos del cómic, género que con fuerza ha venido a revitalizar el mundo de la Ciencia Ficción y otros más.
Les pongo a continuación enlace al video de la conferencia a la que dio lugar este texto
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