Tú eres mi espada, aquella que le cerró el camino a Adán y Eva. Con ella, como si fuera Goliat, me cortaste la cabeza, y mientras rodaba cuesta abajo por los pastizales de mi soberbia, aún con la piedra incrustada en la frente, sentí tu tajo en mi costado; pero de mí no salió sangre…
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