Estaba yo en el Zócalo cuando oí aquella voz de soprano, muy aguda, muy suave. No cantaba en español, sino en alguna lengua desconocida, indígena, según me pareció. Quedé hechizado. De inmediato descubrí a la dueña de la voz a poca distancia de mí. La cantante permanecía con los ojos cerrados y en su rostro se dibujaba…
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