Metamorfosis antropológica

El papa Francisco ha convocado a un encuentro mundial en 2020 para sellar un nuevo pacto educativo global. Cito al Papa: “El mundo contemporáneo está en continua transformación y se encuentra atravesado por múltiples crisis. Vivimos un cambio de época: una metamorfosis no sólo cultural sino también antropológica que genera nuevos lenguajes y descarta, sin discernimiento, los paradigmas que la historia nos ha dado. La educación afronta la llamada lapidación, que encarcela la existencia en el vórtice de la velocidad tecnológica y digital, cambiando continuamente los puntos de referencia. En este contexto, la identidad misma pierde consistencia y la estructura psicológica se desintegra ante una mutación incesante que contrasta la natural lentitud de la evolución biológica”.

Me interesa destacar la “metamorfosis antropológica” de la que habla el Papa y que ha sido objeto de estudio de varios filósofos, sociólogos y antropólogos contemporáneos. Algunos de ellos sostienen que transitamos hacia un post-humanismo. Un ser post-humano es uno que incorpora, como parte de su identidad, elementos tecnológicos. Seres humanos con chips, enchufes y pantallas integradas a su cuerpo. Aunque ahora suene a ciencia ficción, ha de considerarse como un escenario posible.

“Varios filósofos, sociólogos y antropólogos contemporáneos sostienen que transitamos hacia un post-humanismo. Un ser post-humano es uno que incorpora, como parte de su identidad, elementos tecnológicos. Seres humanos con chips, enchufes y pantallas integradas a su cuerpo. Aunque ahora suene a ciencia ficción, ha de considerarse como un escenario posible”.

La tentación de que la educación quede atrapada en los nuevos canales tecnológicos es muy grande. Encuentro tres peligros pedagógicos provocados por intereses económicos y políticos muy poderosos.

El primero es que la escuela, tal como la hemos conocido, desaparezca. Adiós al salón de clases, adiós al maestro, adiós a los compañeros. ¿Qué necesidad tenemos de edificios escolares si la educación se puede llevar hasta la casa del niño por medio de las computadoras interconectadas? ¿Qué necesidad de que contratemos maestros para cada salón de treinta alumnos, cuando podemos tener un asesor que explique los contenidos a diez mil o a cien mil o a un millón de alumnos? ¿Qué necesidad de que los niños estén juntos en el salón si cada uno puede estar en un cuarto aislado en el que no tenga distracciones?

El segundo peligro es la uniformidad de la educación. Al quedar concentrada en unas pocas empresas globales, la educación se volverá igual o casi igual en todas partes. Esto afectará la pluralidad de lo humano. A niveles universitarios somos testigos del crecimiento del inglés como el idioma internacional del conocimiento. Esta tendencia es muy peligrosa. No podemos permitir que el idioma de la nación más potente del mundo se imponga al resto de la humanidad, como la lengua franca de la ciencia y del aprendizaje.

El tercer peligro es que los objetivos de la escuela estén definidos por los intereses de las grandes corporaciones que dominen el campo tecnológico. Y estos intereses, como sabemos, no son necesariamente los de la humanidad. Esas compañías buscan ganancias, no buscan otra cosa.

Pero por encima de estos tres peligros pedagógicos, hay uno mayor, que podríamos llamar antropológico: que el ser humano se transforme de una manera que no podemos prever. Quizá ya no seremos capaces de reconocerlos a esos congéneres como seres humanos, a pesar de que tengan nuestro mismo ADN.

“La tentación de que la educación quede atrapada en los nuevos canales tecnológicos es muy grande. Encuentro tres peligros pedagógicos provocados por intereses económicos y políticos muy poderosos”.

Dice así el Papa:

“Para alcanzar estos objetivos globales, el camino común de la “aldea de la educación” debe llevar a dar pasos importantes. En primer lugar, tener la valentía de colocar a la persona en el centro. Para esto se requiere firmar un pacto que anime los procesos educativos formales e informales, que no pueden ignorar que todo en el mundo está íntimamente conectado y que se necesita encontrar —a partir de una sana antropología— otros modos de entender la economía, la política, el crecimiento y el progreso. En un itinerario de ecología integral, se debe poner en el centro el valor propio de cada criatura, en relación con las personas y con la realidad que las circunda, y se propone un estilo de vida que rechace la cultura del descarte”.

Es indispensable volver a colocar a la persona en el centro. Cuando hablamos de la persona hablamos de algo —mejor dicho, de alguien— que tiene una dimensión moral y, en el fondo, espiritual. El peligro que debemos tomar muy en serio es que los seres humanos dejen de ser personas. La lucha por la educación es la lucha por la dignidad de la persona humana. Más aún, la lucha por la supervivencia de la persona humana.

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