El ser es el líquido y la vida el continente. Vivir es literalmente vaciarnos constantemente en el receptáculo de los días y las circunstancias. No olvides jamás esto: el ser que se contiene a sí mismo termina por corromperse. Esto debería animarnos cada día, esto debería ser nuestra primera reflexión al abrir los ojos y descubrir que estamos vivos, gracias a Dios.
En esto no hay límites. El apetito por vivir es interminable y, sobre todo, es traducible a acciones porque, no lo olvidemos: “Obras son amores y no buenas razones”. Cada persona es irrepetible, de lo que se sigue que cada historia por ser absolutamente personal también lo es; esto debe quitarnos de la cabeza la obsesión infantil por querer comernos el mundo a puños y alcanzar lo que nadie jamás ha conseguido. Seré más claro: tu deber es trabajar tus talentos dentro del marco de tus circunstancias, midiendo tu esfuerzo en virtud de tus propios logros. Tú eres la medida de ti mismo, la escala contra la cual evaluar la consecuencia de tus propias acciones.
Si no eres para la vida entonces eres para la muerte, aunque no sea la muerte física sino esa otra muerte, más horrible y asfixiante (porque implica conciencia) que es el nihilismo. Los que tienen miedo de vivir terminan aburridos de sí mismos y se pudren lentamente, mientras todos sus talentos se escurren por las tuberías de un drenaje inmundo; son como ricos enloquecidos que un buen día, sin saber cómo ni por qué, deciden prenderle fuego a toda su fortuna.
Cada instante que pasamos en el mundo es una oportunidad para apostar, para jugarnos la vida por la vida; de este modo garantizamos que al llegar al final de nuestra existencia nuestros bolsillos estén vacíos: todo lo habremos gastado. A cambio ganaremos algo que no es menor: un testimonio. Al escribir esto pienso en los padres que viven como si sus hijos no los estuvieran viendo y permanecen repitiéndose incansablemente, siempre los mismos, siempre el mismo temor que no produce sino desolación y vergüenza. He creído desde muy pequeño que cada uno de nosotros tiene el alto deber de avanzar lo más que pueda, alejándose de los límites impuestos por los padres, heredándoles a los hijos una situación mejor (material, emocional e intelectual) de la que uno experimentó siendo pequeño; de este modo nuestra contribución personal y familiar se expande y tiene un impacto hondo y verdadero en esa familia comunal que nos envuelve: la sociedad. La cobardía de los padres cierra puertas hacia el futuro.
Mi idea es antigua y simple: vivir potentemente. No hablo de vivir a secas, porque eso lo hacen hasta las bestias, sino de vivir con hambre y delirio, con la fuerza del espíritu que somos, con el deseo y la voluntad de quien no tiene nada que perder y tiene todo por ganar. Hablo de aprender a vivir con base en el estudio y el contacto con esos seres fuertes que nos adelantan el camino y hacen de sus pasos un auténtico magisterio. No es una obligación, claro está, sino una posibilidad, la más hermosa de todas, la de hacernos a imagen y semejanza de nuestros más nobles deseos.