Era amiga común de varios amigos suyos. Le vio de perfil y a hurtadillas, como simulando no mirar. En seguida destinó su atención a investigar, sigilosamente, cuanto pudo de ella; se enteró de lugares que frecuentaba, música preferida, sus mejores amigos…
Coincidieron una y luego otra ocasión, entre amigos. Él estuvo de acuerdo, y así lo externó, con un par de ideas que ella propuso de algo. Ella dijo concordar con la filosofía de él.
La tierra estaba dispuesta. La distancia se acortaba, comenzaba a sentirlo cerca y ya no era un simple extraño. Él decidió finalmente hablarle, aun sin que les hubieran presentado:
—Hola, me llamo Mario; participamos ambos en una charla hace unos días, ¿lo recuerdas? Creo que tenemos ideas concordes; eso me llamó la atención… –dijo con estratégica prudencia.
Ella correspondió y nació la amistad.
En poco se consideraron uno al otro grandes amigos y confidentes.
El encanto que ella provocaba en él, se convertía en fascinación. El interés de él que había surgido en ella, trocaba en enamoramiento. Se buscaban diariamente cuantas veces les fueran dadas. En el caminar se pensaban, en el dormir se soñaban, en las pláticas se reverberaban.
Ella tomó la iniciativa esta vez y le besó.
No había más en la vida, que se convirtió en besos, toques y caricias.
En dos meses, ambos supieron que era necesario dar el paso completo, y él lo pidió:
Tengo algo que proponerte –dijo y el momento se hizo denso; ella también lo deseaba, mas ello no eliminó la tensión–: conozcámonos personalmente, y pongamos en el facebook que tenemos ‘una nueva relación’.
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