Amor y soledad

Uno es el hombre – Parte 5/6 (del poema Uno es el hombre, de Jaime Sabines)

 

 

Fácil el tiempo ya, fácil la muerte,

fácil y rigurosa y verdadera

toda intención de amor que nos habita

y toda soledad que nos perpetra.

Aquí está todo, aquí. Y el corazón aprende

—alegría y dolor— toda presencia;

el corazón constante, equilibrado y bueno,

se vacía y se llena.

 

“Fácil, rigurosa y verdadera”.

A falta de rigor para la vida,

en esta vida por demás compleja –cada vez parece menos fácil–, donde la verdad es sistemáticamente exiliada.

 

Es decir, dentro de una liquidez de vida –en que hemos sido puestos– en que el rigor es incómodo, la sencillez indeseada, sustituida por lo complejo de las marcas, la aceleración de los días, el tráfico de las ciudades, el ruido de todas partes;

Donde, además, la verdad mejor es no mencionarse porque en nuestras percepciones es algo violento, incluso no ya sólo no posible sino no deseado…

Es, sin embargo:

 

Fácil y rigurosa y verdadera

Toda intención de amor que nos habita

Y toda soledad que nos perpetra.

 

Uno –cada uno– es el amor y la soledad que nos embarga. Ambos, amor y soledad, tienen todo el rigor, son incuestionables y si algo tiene verdad son ellos.

Cierto, se puede decir con razón que no vencen ya los valores y la moral ha enflaquecido.

Es verdad que cuesta adherirse de primer momento a las propuestas; .

Como se ha reconocido sobradamente, lo que era certeza antes parece no tener ya firmes asideros ni funcionar de cimientos.

Sin embargo, hay algo de ayer y de hoy –podemos profetizar que también de mañana– “fácil y riguroso y verdadero”.

El amor evoca lo digno de ser amado, lo bello, lo bueno, lo atrayente. Aquello a que se le puede y debe conceder el corazón. No se trata del ideal amasado por una tradición o un grupo, no es la pertenencia a una patria… el amor, ese amor “fácil y verdadero” denota en primer lugar algo directo.

Es ese que, según su etimología –a-mortis– vence la muerte: la amada, el rostro bello, el pasto, los hijos, el cielo, el amigo… El amor no es decreto. El poeta no habla en este caso todavía de ese amor sublime, el que se convierte en caridad y virtud, en postura… Pero, ¿cómo prendería en la tierra ese grado alto de amor que es la caridad, si no se tuviera el rostro concreto, el frescor del paso de Yahvé por el risco, la dulzura del amigo, la sonrisa del niño?

Ese amor, por el que puede crecer el árbol y dar sus frutos, es fácil y verdadero. Y riguroso porque es cierto.

 

Uno es también soledad.

Estar solo es estar descobijado. No fundamentalmente con nadie sino sin nadie. Se está solo en el metro, en periférico aturdido de autos, en la asamblea o en la calle.

Aún con otros, se está últimamente solo en las elecciones importantes y ante la muerte. A todos nos llegan momentos de Monte Calvario, en el abandono total, en la soledad intensa: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”.

Amor y soledad son experiencias fundantes, “fácil y rigurosa y verdadera”;

El corazón aprende

–alegría y dolor– toda presencia.

La presencia es directa, inmediata, evidente. Alegría y dolor, dice Sabines en el poema, son sus emisarios. La alegría nos rescata, es como la esperanza de Navidad, el brote, y la gloria de la Pascua, el triunfo. El dolor nos rescata, es como la contrición de cuaresma.

 

Uno es un vacío que se vacía y se llena. También el

corazón constante, equilibrado y bueno,

Se vacía y se llena.


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