El incendio en la catedral de Notre Dame me hizo recordar este grito de Juan Pablo II en su primera visita al país galo. “Francia, hija mayor de la Iglesia, ¿qué hiciste de tu bautismo?”. Hay quien ha querido ver en este terrible accidente una metáfora de lo que es la Iglesia en el país que ha defendido la laicidad como identidad de su vida pública. 

Sí, Francia es el país de la guillotina, de las guerras de religión, del secularismo… Pero también es el país de los poetas cristianos, de las grandes intuiciones teológicas, de una historia de catolicismo que vemos en las grandes catedrales y sobre todo, de los santos que Francia ha dado a la Iglesia. 

Me llaman la atención, por ejemplo, los Santos franceses del siglo XIX. Pero mucho. A los ojos de la historia, el siglo de las luces parece desplazar a una Francia de tradición católica. Cómo pudo ser posible que en el mismo país de la Revolución, del terror y del positivismo de Comte, de las ambiciones expansionistas de Napoleón, se dieran estos personajes humamente pequeñitos, pero grandes de espíritu. Es el siglo de un pobre curita rural en Ars de nombre Juan María Vianney que corrió el riesgo de ser expulsado del Seminario por no tener capacidad de aprender latín, o de aquella monjita en Lisieux que se dormía durante la oración y respondía al nombre de Teresa, o a la de la pequeñita Bernardette que vivía en un molino en Lourdes y a la que la Virgen se la apareció. O de aquel profesor de la Sorbonne de apellido Ozanam que generó un intenso apostolado con los pobres de París. O de Catalina Labouré, aquella religiosa que en 1830 habla con la Virgen María y difunde la devoción a la medalla milagrosa. Muchos santos, mucha Gracia, mucha misericordia a pesar de la revuelta, de la discordia política, de tanta ambición política y mucha soberbia intelectual.

Sí, parecen signos de contradicción, pero también es la manera en que Dios se muestra a los hombres. Cuando nos hemos cerrado en la historia toda posibilidad de esperanza, hombres pequeños y a los ojos del mundo insignificantes, muestran el verdadero rostro del amor. Como dice el pregón pascual: Donde abunda el pecado, sobreabuda la Gracia.

Y también, a pesar de grupos y personajes reaccionarios y contrarrevolucionarios que querían identificar al catolicismo con un régimen determinado, hay una serie de autores, poetas, filósofos y literatos, que han aportado desde su obra, una visión del mundo, del hombre, de su condición, de la sociedad, de Dios y de la Iglesia, que a la vez es dura con la modernidad, pero encuentran en la razón el camino de búsqueda por la que el hombre puede encontrarse con el misterio y con su destino.

Me refiero a poetas, pensadores y literatos conversos generalmente, como Charles Péguy, Georges Bernanos y Paul Claudel. Estos tres literatos tienen como común denominador, que no han entendido al catolicismo desde una perspectiva conservadora, o diríamos ahora, de derecha. Al ahondar sobre cada uno de ellos, quisiera resaltar un profundo y serio compromiso por la realidad, por el hombre y entendiendo que el cristianismo no puede reducirse a una manera de entender la sociedad, la cultura o la política, si no que es, una pasión por el hombre y por su destino. Los personajes que nutren sus historias, son gente sencilla, campirana en su mayoría, que no buscan pontificar ni moralizar, sino plantearse su vida en relación al anhelo de felicidad que alberga su corazón. La Juana de Arco de Péguy, Violaine de Paul Claudel o el cura rural de Bernanos.

Francia es una nación a la que, desde el bautizo de Clodoveo se le ha dado el título de “hija mayor de la Iglesia”, pero que, por otra parte, y a raíz de la Revolución Francesa, se ha significado como un país especialmente beligerante contra la Iglesia Católica. Es ese contraste entre la Francia de Voltaire, de Diderot, de Laplace, del librepensamiento y el racionalismo científico. La Francia de los gobiernos laicistas de finales del siglo XIX y comienzos del XX, gobiernos que provocaron rupturas de cualquier concordato, cierre de monasterios y conventos, expulsión de los miembros de órdenes y congregaciones religiosas, sobre todo de aquellas dedicadas a la enseñanza, confiscación de bienes, laicización de cementerios, escuelas y universidades, fuerzas armadas, hospitales, supresión de signos religiosos en establecimientos y locales públicos. Pareciera ser la tierra “liberada de los dogmas de la fe” y orgullosa de su ciencia, de su filosofía, de su literatura y de su política.

Quizás por causa de este radicalismo laicista surgió como contrapartida una generación de intelectuales y literatos de signo católico como Bernanos, Bloy, Claudel, Marcel, Maritain, Mauriac, Péguy y Ricoeur. La conversión al catolicismo de estos hombres de letras aportó a las letras católicas una gran dignidad literaria y, simultáneamente, un planteamiento problemático del hecho y de la vivencia religiosa. De ello se siguió: 

1º que la literatura católica dejó de ser una literatura «piadosa», «devota», para hacerse conflictiva y provocar una conmoción en todo el aparato de la fe; 

2º que, como alguien ha dicho, los intelectuales católicos dejaron de sentir complejo de inferioridad y pusieron su pensamiento en contacto y al nivel del pensamiento contemporáneo laico. (Si jo fos fuster i tu et diguessis Maria Texto publicado en el diario Ultima Hora de Barcelona por Blai Bonet,13 de abril y 4 de mayo de 1973).

Paralelamente, aunque un poco después nació una «nueva teología» cuyos autores prepararon la «toma de conciencia eclesial» y la repristinación del catolicismo que han sido el motor y la meta del Concilio Vaticano II. Muchos de ellos, entonces avanzados (Chénu, De Lubac, Rahner, y el Daniélou anterior a su elección al cardenalato, entre otros). (Si jo fos fuster i tu et diguessis Maria, texto publicado en el diario Ultima Hora de Barcelona, Blai Bonet (13 de abril y 4 de mayo de 1973).

El fin del siglo de las luces es testigo de un renacer de lo católico, no como una tradición cultural que añoraba un pasado idílico, sino como una fuerza capaz de significar la vida y comprender la complejidad de los tiempos presentes. A pesar de asuntos políticos tales como el “affaire Dreyfus” con los llamados “Católicos sin fe” que más tarde derivaron en movimientos políticos de derecha tales como los afiliados a la “Action francaise”, que terminó siendo condenada por el Papa y simpatizantes de Hitler. Los católicos vivían en el filo de una filiación política contrarrevolucionaria, con el riesgo de vaciar de contenido un cristianismo que quedaría como cultura, régimen político (l’ancien regime, que hablaban los revolucionarios) o una moral rígida.

La «novela católica», es un producto francés de aquel momento, aunque cuente entre sus más conspicuos cultivadores al inglés Graham Greene: Mauriac, Bernanos, Julien Green (norteamericano de expresión francesa). Maxence van der Meersch (de calidad notablemente inferior), etc. (Si jo fos fuster i tu et diguessis Maria Texto publicado en el diario Ultima Hora de Barcelona, Blai Bonet (13 de abril y 4 de mayo de 1973).

Como un común denominador de las novelas de estos autores franceses, podría citar que no denotan un desprecio de lo católico hacia la modernidad. Péguy, por ejemplo, su impulso literario surge de una férrea crítica hacia la moral burguesa y a los patrones burgueses en todos los dominios de la vida y en todas las clases sociales. Su lucha de Péguy era contra la mentalidad burguesa del mundo moderno, mentalidad de la que él mismo diría que estaba inmerso el partido socialista. Afirma duramente que “Todo mal viene de la burguesía”. El mismo Bernanos hace una fuerte denuncia al fascismo en su obra “los grandes cementerios bajo la luna”. 

Pero estas denuncias, no se iban con el giro fácil de quien hace un simplista juicio de la realidad a través de las condiciones sociales de su época, su juicio iba más allá, es un juicio antropológico. Lo interesante de los personajes de sus obras, es que muestran una humanidad limitada y herida, denunciando lo inhumano que presentaban las propuestas sociales, culturales o psicológicas de la época, que presentaban al hombre como un “monstruo tranformado en súper hombre” (Ensayos de comprensión 1930-1954 / : escritos no reunidos e inéditos de Hannah Arendt / Hannah Arendt ; traducción de Agustín Serrano de Haro). “Ellos se daban cuenta de que una persecución de la felicidad que en realidad significaba desterrar todas las lágrimas, acabaría bien pronto en desterrar todas las risas”. 

Este es el fondo de todo, mostrar al hombre en su fragilidad, en su condición limitada y alertarlo del peligro que representa la fantasía ilustrada del hombre que posee una varita mágica y que tiene el dominio de sí mismo y de la realidad. 

Frente a todo esto que pasaba en el interior de la Iglesia, había una una corriente literaria que, dadas las situaciones sociales y políticas del momento, adoptaron posiciones políticas de izquierda que, desde Péguy ante el «affaire Dreyfus», llegarían hasta la Resistencia antinazi, pasando por las guerras de España, de Indochina y de Argelia. 

La «novela católica» era (cito la nota del periódico catalán de Blai Bonet) “no la novela «moral», «edificante», «ejemplar», sino un crudo muestrario del mal, de la duda, del pecado, en un mundo en el que la presencia de Dios es contradictoria y desconcertante. Novela «para no ser puesta en todas las manos», según la moralina tradicional, pero rigurosamente católica en su concepción de las relaciones del hombre con Dios, y mucho más válida que las estampas pías de la literatura católica anterior (es decir, válida simplemente)”. 

Las novelas de estos autores, presentan a los sacerdotes en su condición de mediador y de dispensador de la gracia, pero sometidos a sacudidas existenciales y a desfallecimientos humanos, a crisis de vocación y a choques con las estructuras eclesiásticas.

Es un choque estas novelas en el tiempo, a pesar de una distancia relativamente corta en que fueron escritas. La «secularización» de la vida y de la cultura (aún tomando esa palabra en el sentido en que la emplea la Iglesia católica) parece haber planteado la literatura a niveles de creación autónoma. La «horizontalización» del sentimiento religioso parece excluir la penetración en una interioridad problemática y problematizada: el «compromiso» (cuando es asumido como tal) atiende a la liberación colectiva del hombre y a su realización temporal. El «ecumenismo» favorece el reconocimiento común de la existencia de un Dios personal, más que la expresión de la lucha íntima del hombre con él. Es la diferencia entre una novela «confesional» y estas «novela católica». 

Hoy, en esta época de postmodernidad, Francia vive el miedo a la inmigración y al islam, es la de la anomia juvenil, la de los barrios marginales y los institutos conflictivos. La de la polémica en torno al hijab. Y, también, la del retorno a un creciente interés por la temática religiosa. En René Girard, en Derrida, en Debray. La clase de religión -de historia de las religiones- vuelve a las escuelas, después de largas décadas de exilio. El ex presidente Sarkozy afirmó en varias entrevistas a algunos periódicos que Francia era portadora de una herencia cristiana de siglos y que ella constituía una parte esencial de la cultura francesa. A un periodista del diario Le Figaro le dijo: «Mire Usted, detrás de la moral laica y republicana de Francia hay dos mil años de cristianismo». Y posteriormente en unas declaraciones a este mismo diario afirmó que «lo religioso es expresión de la libertad, una cosa que debe ser protegida por el Estado». Además dialogando con unos periodista de La Croix pocos días antes de las elecciones les manifestaba su convicción de que «la religión católica es uno de los fundamentos de la identidad francesa».

Sí, en esa París del mayo del 68,  que pugnaba por una libertad sin Dios y por un significado absurdo de la vida, es el París en el que ayer se escucharon los rezos del ave María por su catedral y por su Iglesia. 

La identidad católica de Francia es como esa catedral enraizada en el suelo fangoso de l’ île de France. A pesar de guerras, revoluciones, manifestaciones y ahora el fuego que parecía en un momento nos hacía perder un monumento precioso, está ahí de pie, herida como los hombres y mujeres de hoy, recordando a los parisinos y a todo el mundo un misterio que es mayor que el más bello de los edificios. 

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