La dispersión mata. Vivir ha de ser construir sobre el suelo común de la congruencia entre lo que pensamos, hacemos y decimos. Esto, claro está, no implica que quiera hacer aquí una apología del dogmatismo, más bien lo que busco es criticar el relativismo exacerbado que no produce sino confusión, pérdida de sentido y mucho sufrimiento.

Vivimos una época incongruente marcada por un voluntarismo ciego que apunta a todas direcciones, que desgasta siempre y que produce poco, muy poco; en todo esto es imposible no ver la omnipresencia de mensajes distribuidos masivamente por medios cibernéticos. Esto sobrepasa por mucho nuestra capacidad de administración de significados, lo que produce un embotamiento mental, es decir, una incapacidad para leer el mundo que nos rodea.

La congruencia que aquí invoco implica combatir a toda costa la dispersión, promover la concentración de la atención y el desarrollo de acciones dirigidas a la consecución de metas claramente definidas. Eso se denomina teleología y ha estado bajo fuego durante los últimos cincuenta años; en el denominado mundo de las ideas se ha instaurado el imperio del capricho y la inconmensurabilidad. Son, pues, unos incongruentes, y esto, que parecería ser algo inocuo, entraña muy graves consecuencias en campos como la educación, la información y la política, donde se ha impuesto el reino de la simulación ejercida por los poderosos y manipuladores. Nos encontramos atravesando una crisis de disolución social a gran escala.

Creo que la recuperación de la sensatez debe comenzar en la persona, siempre en la persona. Lo mejor que podemos hacer es, como digo, comprometernos con la congruencia de pensamientos, acciones y palabras; de esta manera podemos otorgarle unidad a nuestra persona, otorgándole sentido (razón) a nuestra vida y también una dirección. No olvidemos que la vida es dinámica, es avanzar hacia un punto que no conocemos, pero suponemos se encuentra allá adelante. No son pocos los que se paralizan horrorizados al percatarse de que sus fuerzas son pocas y las tareas muchas; suponen que los frutos de sus acciones son tan pobres que ni siquiera vale la pena intentarlo. A este tipo de personas tendríamos que recordarles que solo es perfecto lo que no existe. La existencia entraña el error, la equivocación y la decadencia. Es así.   Esta congruencia de la que hablo no excluye las contradicciones naturales de la vida. Naturalmente que podemos cambiar de opinión, de trabajo, de sueños; es más, yo creo que es lo normal, sucede todo el tiempo. Una vida marcada por un determinismo riguroso no es humana; la realidad es que somos seres maleables, cambiantes, aunque no podemos hacer de esta condición una justificación para el capricho y el desconocimiento de nuestros compromisos. Toda opinión, pensamiento o acción precisa además una justificación; somos responsables por todo esto y es infantil querer evitarlo. Yo mismo al hacer públicas estas palabras soy sujeto de crítica. Es probable que alguien me interpele y presente su caso, echando por tierra, parcial o totalmente, todo lo que aquí voy diciendo. Entonces yo tendré que entrar en interlocución con esa persona, defendiendo mi punto o reconociendo que aquellas palabras han arrojado luz sobre zonas que para mí habían permanecido oscuras. Lo que no puedo hacer es decir de manera convenenciera y complaciente. “Ambos tenemos razón, ambos somos unos malditos genios; tenga buen día”. Eso es pura cobardía y, sobre todo, una dolorosa traición a uno mismo. Ser congruente es abogar por la preminencia de un “relativismo relativo”, como dijera sabia y prudentemente el filósofo Mauricio Beuchot.    

Una respuesta a “Los dispersos”

  1. ¡Muy de acuerdo! Y muy buen análisis, creo que retratas muy bien nuestros tiempos y las generaciones actuales en tus escritos. ¡Un saludo!

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