Según me comentaban colegas y amigos, la Unesco ha proclamado Día Mundial de la Filosofía el tercer jueves de noviembre de cada año, que este 2019 cae hoy. Al establecer este día en 2005, según informa su página web, la «Conferencia General destacó la importancia de esta disciplina, especialmente para los jóvenes, subrayando que la filosofía es una disciplina que fomenta el pensamiento crítico e independiente y es capaz de trabajar en pro de una mejor comprensión del mundo y de promover la tolerancia y la paz».

En mi caso, como filósofo, me parece una excelente iniciativa que esta institucion le dedique un día del año a la memoria y la celebración del aporte de esta disciplina a la ciudadanía y al mundo. Todo lo que las organizaciones públicas y privadas hagan en torno al saber filosófico, para promoverlo, ponerlo en valor, hacerlo llegar a la cultura popular y divulgarlo y darlo a conocer a quienes tal vez lo ignoran me parecen tareas encomiables y dignas de ser imitadas.

La filosofía es un saber que está en crisis, mejor, es un saber que siempre estuvo en crisis, desde sus albores. El filósofo, cuando ejerce y enseña a ejercer el pensamiento crítico e independiente, se vuelve un peligro para la política que, desde que se ha desmitologizado con la modernidad, se ha vuelto más tiránica y más dogmática que en sus épocas más oscuras. En este sentido, la política moderna parece haberse convertido en un enemigo natural de la filosofía, lo cual ya sucedía también en la época de Sócrates, condenado a muerte injustamente por «políticos» corruptos.

La relación entre política y filosofía es muy compleja, pero en este texto me gustaría hacer pensar al lector en un aspecto noscivo y tóxico de las instituciones políticas contemporáneas: el fenómeno de la partidización de las ideologías políticas. Nada más lejano al quehacer filosófico, a la reflexión, al pensamiento abierto y al diálogo. Los partidos políticos de las sociedades democráticas actuales, incluso los del primer mundo, son instituciones decadentes que insisten en la ideologización y partidización del ciudadano, promoviendo de modo indirecto un cierto maniqueísmo. Así pues, la política partidista reduce la acción política al seguimiento de una doctrina dogmática, su propia ideología, marginando a quien no adhiera a esta doctrina y obviamente acallando a quienes, desde el pensamiento reflexivo, intentan plantear desacuerdos o nuevas modos de hacer política.

Por eso la política le teme a la verdad, le teme a la bondad, y lo peor de todo, le teme a la justicia. El político contemporáneo sigue su ideología de manual y actúa pragmáticamente. Quien no imita este modus operandi queda descastado, marginado y obligado a vivir como un paria ya que, en este estado de cosas de la política, no se puede ser independiente.

No es que yo crea en un «Rey filósofo» como el Platón de «La República», decepcionado con la política de su tiempo ya que fue perseguido por un tirano y exiliado de Atenas. Tampoco me considero anarquista, y mucho menos libertario. Yo me declaro, respecto de soluciones para este hecho, ignorante. Imagino simplemente a veces otros modos de asociación y otras maneras de actuar solidariamente por el otro; maneras más atómicas y menos masificadas, tal vez, en donde tenga mayor protagonismo la persona y no la ideología. En donde tenga más protagonismo el diálogo y no el pensamiento único y dogmático. En donde tenga más protagonismo la conciencia de cada uno por sobre las leyes «más avanzadas».

La filosofía está en crisis. Pero está viva y es inquietante. Es decir, nos moviliza no sólo a nivel intelectual sino también a nivel moral. Estamos obligados racional y éticamente a ocuparnos de nosotros mismos y de los demás, como sugerían Sócrates y Kant. Este es el aporte de los filósofos a las democracias contemporáneas, y hace bien recordarlo hoy, el Día Mundial de la Filosofía.

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