
Después de años de devaneos, forzando las sinapsis neuronales en direcciones inusitadas, puede resultar decepcionante llegar a la conclusión de que las concepciones que acuñamos del hombre, el mundo y la existencia, resultan en última instancia de una intuición emotiva que nos impele al reconocimiento de una cosmovisión y no otra. La dialéctica que ampara esta consideración se resuelve a menudo no como una síntesis hegeliana, sino como un proceder en el que cada elemento del binomio se nutre en fluidez con el otro, pero siempre en oposición al otro. Solo queda respetar cada visión y retomar, desde el nuevo reconocimiento de lo que el momento muestre, una nueva dialéctica nunca de consenso.
De alguna manera, esta imposibilidad de consenso entre los humanos sobre lo que son y lo que es, debemos percibirla como muestra de la diversidad que no podemos negar. Sin ella…
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