El hecho religioso reflexionado.

Ayer fue domingo de Ramos. Coincidió también con «Pesaj», la pascua judía que recuerda la salida y liberación del Pueblo elegido de Egipto . Con el domingo de Ramos la Iglesia católica comienza la Semana Santa, que culmina con la celebración más importante de toda la religión cristiana: la conmemoración de la Pascua cristiana, que simboliza la salvación del hombre por la muerte de Cristo en la cruz y su resurrección al tercer día.

Esto me lleva a pensar en el hecho religioso como tal, y en cómo hay personas que creen y practican una religión y cómo hay personas que no creen, y por tanto, no viven de forma religiosa. Hoy incluso muchos ponen en cuestión las instituciones religiosas, y por ende, también a las personas creyentes. Surge así un interesante interrogante: ¿sigue siendo válido creer en Dios en la era de las comunicaciones y de la ciencia? ¿Ser una persona creyente es ser un ingenuo? ¿Qué es entonces la religión, una especie de engaño o autoengaño para calmar conciencias? Pues la respuesta a estas cuestiones no son tan fáciles como algunos pueden pensar.

Imagen disponible en Cathopic.com

El hombre es religioso por decisión propia, esto es evidente, pero también hay en él una «inquietud» que lo lleva a mantenerse en su fe, en su creencia, incluso a pesar de los problemas que se dan dentro de una religión determinada, en tanto institución humana: terrorismo, abusos, estafas, pecados de todo tipo. El tema es que la religión es (o debería ser), a mi modo de ver, la adhesión no sólo intelectual sino también afectiva a un «destino» supraterrenal no totalmente ilógico. Un «destino» de plenitud o felicidad que aquí en la existencia cotidiana no se consigue. Esto de diversos modos ya lo pensaban los antiguos griegos: filósofos, literatos, poetas, artistas, etc.

Y así arribo a la cuestión nodal de por qué existe la religión. La religión existe, al menos a mi entender, por que el hombre quiere ser feliz y no puede. Siente, vivencia, experimenta una especie de perturbación existencial por no poder satisfacer esa inquietud que está ahí, dentro suyo y de la cual no se puede desembarazar. Entonces se pone a buscar. En este sentido un individuo religioso es un «caminante», un «peregrino», un «buscador», de aquello que apacigüe o calme esa ansia que lo mantiene incómodo, incompleto, sediento, en su vivir. Y la novedad del cristianismo, que de algún modo se anticipa en el judaísmo, es que esa ansia no la calma un dios ideal, o un dios mitológico, o la diosa naturaleza. La calma un Dios que es considerado persona. El «destino» del hombre religioso, para el cristianismo, no es una ética, ni una doctrina, ni mucho menos una divinidad impersonal. Por eso, y resumiendo, la religión sería el encuentro definitivo con un Alguien que me hace feliz por el sólo hecho de ser quien es…

No faltan hombres o mujeres, algunos de ellos famosos, que dicen ser individuos «espirituales», pero no «religiosos». El planteo no deja de ser atractivo y también respetable, pero puede ser, según creo yo, un poco inconsistente. Pues las religiones históricas no se instituyeron caprichosamente y la formación de una comunidad o un pueblo (palabra que le gusta mucho a Papa Francisco, y que hereda de sus antiguos maestros) tiene que ver con que la vivencia de mi creencia no me la forjo solo y a través de una instrucción espiritual aislada. Y mucho menos, yo no opero mi vida espiritual desde mis propios patrones morales, éticos o ideológicos. La creencia en un Dios personal tiene una dimensión comunitaria, por eso Dios no es «mi» Dios, sino el Dios del Pueblo, el Dios de una comunidad. Que después algún miembro de esa comunidad sea un pecador empedernido, y escandalice a propios y ajenos, no es razón suficiente para desechar la ekklesia, como se dice en griego «comunidad», pues con ese criterio, no hay comunidad humana que resista, ya sea política, lingüística, moral o religiosa.

Y de los ateos se me ocurren muchas cosas, pero un argumento que hace «difícil» el ateísmo, es la cuestión de la bondad. Dicho de otro modo, mi argumento contra el ateísmo no es gnoseológico sino ético. Me explico con una pregunta: ¿Qué sentido tiene ser bueno si no hay Dios? ¿De dónde procede el bien? Porque, o el bien es algo absoluto, o no es nada. En este sentido argumentaba, según mi modo de ver, de algún modo Jesucristo, cuando decía: «¿O hay acaso alguno entre vosotros que al hijo que le pide pan le dé una piedra; o si le pide un pez, le dé una culebra? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan!» (Mt. 7, 7ss). Es decir si no crees en algo absoluto ¿por qué haces cosas buenas? Así, para mí, un ateo no pasa la prueba contrafáctica del bien. En cambio, si hace cosas malas, entonces sí quedaría justificado. Pero, paradójicamente, tal vez sean más malos algunos creyentes que algunos ateos. Pues el ateo puede aducir ignorancia afectada o conciencia mal formada, el creyente prácticamente no.

Evidentemente, se pueden decir muchas cosas más. Pero lo dejo ahí para que cada cual saque sus propias conclusiones.

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