El mate es una bebida tipo infusión cuyo modo de servirse y beberse llama especialmente la atención a aquellos que no han nacido en Argentina, Uruguay, Paraguay, sur de Brasil y algunas escasas regiones de Chile. El producto natural que se utiliza para «tomar el mate» tiene por nombre técnico «Ilex paraguariensis», según la entrada de Wikipedia, y según también ésta, se la suele denominar «yerba de los jesuitas» o «yerba del paraguay». En Argentina la «yerba» mate, se pronuncia con el sonido «sh» y no «ll» o «hie» (en el español rioplatense también se usa el término «hierba», pero éste está más ligado a la botánica y la jardinería para referirse a «hierbas medicinales», «plantas condimentarias», «césped», «herbáceas», etc).
La referencia al Paraguay es importante dado que según es historia conocida por estos lares, la tradicional bebida fue descubierta por los primeros Jesuitas llegados a estas tierras sudamericanas como bebida de las tribus indígenas guaraníes, con quienes ellos convivieron en las famosas Misiones guaraníes jesuíticas. Estos nativos sacaban las hojas de un arbusto de tamaño mediano a grande y las mascaban o la tomaban con agua. Al probarlas los europeos detectaron enseguida su característica tonificante y estimulante, como su gran poder para calmar la sed, incluso más que el agua pura.
Como sucede con el café, el té o el chocolate, posee su efecto estimulante y energizante debido a la cafeína que contiene. Además se le suma un efecto, que es compensado por el alto consumo de agua que se realiza cuando se «matea», resultando así una infusión diurética, digestiva, depuradora y ―al poseer antioxidantes― preservadora del organismo. Tradicionalmente, se bebe caliente mediante un sorbete denominado bombilla colocado en un pequeño recipiente, que es denominado ―según la zona― «mate», «porongo» o «guampa», que contiene la infusión. En el norte de Argentina, especialmente en verano, y en todo el territorio paraguayo se toma el «tereré», que es mate frío, con agua helada, muchas veces saborizada con limón, y hierbas aromáticas autóctonas como la menta, la hierbabuena, la manzanilla, entre otros.
Cuando el agua se toma caliente, la misma no debe exceder los setenta y cinco u ochenta grados celsius; en cualquier caso nunca se toma el mate con agua hervida, pues quema la yerba. Por otro lado, hay estudios científicos bastante recientes que asocian el cancer de esófago y garganta con la ingesta de agua hirviendo.

El motivo por el cual se le dice «mate» a esta infusión hay que buscarlo en una influencia de dialectos antiguos. Así pues, el Imperio Inca influía en todos los otros pueblos de la región, llegando hasta el noroeste argentino y sur de Paraguay, en particular a las tribus guaraníes. La lengua oficial de los Incas era el quechua, y en su variedad sureña el vocablo «mati» es como se ha llamado desde aquella época al fruto de la planta Lagenaria, nativa de Sudamérica, con la cual los amerindios construían el recipiente donde bebían la infusión.
En el territorio rioplatense se conoce como bebida popular desde época pre-colonial y una característica muy particular de ésta es que se la encuentra en todos los estratos sociales: nativos, africanos esclavizados, criollos, españoles o alguna mezcla entre los anteriores. Después de la aparición del famoso «Martín Fierro», libro del escritor José Hernández, se reforzó mucho la idea del mate como bebida del gaucho, y por ende, del «pobre» de la época. Poco a poco, y sobre todo por su antigüedad se ha ido formando toda una tradición alrededor del mate, que para algunos está ligada a la identidad del ser argentino.

Mi amigo Víctor, mexicano, y muchos otros amigos extranjeros me preguntaron alguna vez por qué los argentinos tomamos tanto mate, y sobre todo por qué lo llevamos a todas partes. Me contaba él que le llamaba mucho la atención ver en las playas brasileras a los argentinos «mateando». Yo creo que hay dos pistas claras que responden a esta curiosidad. Primero, lo ya comentado en relación a su capacidad estimulante y como saciativo de la sed en días de calor (sí, aunque se lo tome caliente), sumado a su práctica portabilidad. Segundo, y esta es una razón más «antropológica», es su capacidad de generar vínculos de amistad y confianza con el que se comparte la bebida. Entre mate y mate la gente conversa, dialoga, se abre al otro, opina, cuenta algo de su intimidad. Tomar mates es también contar una anécdota, un recuerdo del pasado, es expresar una emoción, una alegría. El mate es celebración y gozo de vivir. ¿Cuántos chicos se han enamorado de una chica tomando mates (y viceversa)? ¿Cuántos enojos se han sosegado en una conversación matera? ¿Cuántos acuerdos de trabajo se sellaron mate de por medio? ¿Cuántos amigos nuevos se hacen cada día ofreciendo un mate?
En ese sentido, y esto es una interpretación muy subjetiva, el mate crea vínculos más fuertes que el que generan el té o el café, por ejemplo. ¿Por qué? Pues es bastante sencillo: porque se comparte la bombilla. Es decir, sin quererlo ni buscarlo necesariamente al compartir el mate con otro se produce un mínimo intercambio de saliva (algo que produce horror a los que nunca han tomado mate desde pequeños o no han sido iniciados en éste en el seno familiar). Muchos en su momento, pusieron en duda la higiene del mate dada ésta particularidad. Incluso, a mediados de los ochenta con la pandemia del Sida muchos llegaron a preguntarse sobre si no había peligro de contagio al compartir la bombilla con una persona HIV positivo. Pero la polémica no duró nada. La posibilidad de contagiarse cualquier enfermedad, salvo una gripe, es de baja a nula. La saliva junto a los niveles propios de anticuerpos que se encuentran en la boca de cualquier persona sana hace casi imposible cualquier contagio. Y si en la ronda de mates hay alguien que está engripado, enseguida el mismo se autoexcluye y acompaña la conversación sin tomar mate. O, algo que también suele suceder, se prepara su mate aparte para que lo tome sólo él y sólo se comparte el agua caliente. Así el mate nunca falta en los pic-nics de los jóvenes, en reuniones de trabajo, en los encuentros entre compañeros de universidad cuando preparan los exámenes finales, en paseos a la playa y en cualquier paseo vacacional, y obviamente, como desayuno y merienda de la gente adulta. Y, como muchos lo han visto en televisión, hasta el Papa Francisco gusta del mate.

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