
Todas las personas tenemos derecho de vivir este tiempo de confinamiento de la misma forma o como uno quiera o necesite.
Y cuando digo todas las personas, me refiero por supuesto también a los niños y a las personas con alguna situación sobrevenida, como puede ser una discapacidad.
Parece obvio, pero no lo es, porque se está viendo desde el principio de esta situación de confinamiento por la pandemia del coronavírus tal sobrecarga de actividades, de deberes, para tener a los niños ocupados (sobre-ocupados) y así también, a personas con algún tipo de discapacidad (como puede ser un daño cerebral sobrevenido), con muchas «terapias» de rehabilitación, actividades diversas y también ellos, cada persona, puede aburrirse, puede mirarse «hacia dentro», estar tranquilo, sentir y vivir aquello que está ocurriendo en el mundo, en su ciudad, barrio, casa…en la Vida y en su vida. Además, no hay mayor «rehabilitación», habilitación, que vivir el presente y responder a él, a ésta llamada particular que la vida nos hace a cada uno de nosotros, independientemente de nuestra edad y circunstancias.
Me sorprende esta sobre-estimulación constante y reivindico el derecho de todos a poder simplemente «estar» en el momento presente, en su excepcionalidad y con sus inquietudes, al silencio, a estar en familia y con uno mismo, a condolerse con aquellos que están sufriendo (que desgraciadamente no son pocos).
Y además, qué momento más propício para conversar con los nuestros sobre aquellos aspectos tan importantes de lo esencialmente humano, como es nuestra vulnerabilidad, la enfermedad y la muerte (aspectos que esta sociedad infantilizada suele evitar, ocultar, disimular o acallar). A educar en valores como la solidaridad, la paciencia, la responsabilidad, el cuidado.
No presupongamos que si uno no soporta estar unos días en casa, hacia «adentro» y se siente encerrado, que le pase eso a todos los demás.
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