“My mind is made up, don’t confuse me with facts”, 

(Yo ya tengo mis ideas, no me confundas con hechos.)

Atribuida a Roy S. Durstine.

En marzo de 2018 el periodista Jan Martinez Ahrens entrevistaba para el suplemento Babelia del diario español El País, al famoso y no poco polémico lingüista, pensador y activista político norteamericano Noam Chomsky. La conversación fue motivada en aquel momento por el inminente retiro del famoso profesor del MIT. El resultado de la charla fue realmente excelente, ya que tocaron todos los temas candentes de la actualidad global. Lo que atrapó especialmente mi atención de la citada nota periodística fue el título que el entrevistador eligió: “Noam Chomsky: ‘La gente ya no cree en los hechos’”. En efecto, el lingüista opinaba con cierta frustración que “la gente [de Estados Unidos] se percibe menos representada y lleva una vida precaria con trabajos cada vez peores. El resultado es una mezcla de enfado, miedo y escapismo. Ya no se confía ni en los mismos hechos. Hay quien le llama populismo, pero en realidad es descrédito de las instituciones”. 

Esta observación del prolífico autor norteamericano me resultó atinadísima para aquel entonces. La misma retrata de modo acertado no solo lo que sucede en nuestras sociedades contemporáneas, desde Latinoamérica a la Unión Europea, desde Estados Unidos a Australia, sino que también refleja lo que sucede en el ámbito intelectual filosófico, tanto académico como mediático. Como tal, esto ya tiene su tiempo. Es por demás conocida, casi un cliché, la frase del filósofo alemán F. Nietzsche “Es gibt keine Fakten, nur Interpretationen”, traducida por “No hay hechos, sólo interpretaciones”, aparecida en su texto Fragmentos Póstumos (obra editada en español hace relativamente muy poco por el filósofo español Diego Sánchez Meca). De ella se han hecho eco muchos intelectuales contemporáneos, la gran mayoría alineados con el llamado pensamiento posmoderno, entre los que podemos mencionar a Vattimo, Focault, Lyotard, Feyerabend, entre muchos más. Aparentemente, la motivación del exabrupto nietzscheano, por cierto, muy dado a las expresiones radicales, está relacionada con el contexto científico-positivista imperante en el ámbito académico alemán de la época que le tocó vivir.

Más allá de estas disquisiciones algo sesudas, hoy vuelve a mi mente esta preocupación de Chomsky, al ver ciertas reacciones de escepticismo radical que está produciendo en la gente, al menos aquí en Argentina, el acontecimiento de la pandemia del coronavirus. Reacciones que se pueden observar en redes sociales y en medios escritos y audiovisuales, pero también en la calle, en charlas que uno escucha mientras realiza la fila del supermercado o cuando comenta algo sobre la cuarentena con el farmacéutico. Mucha gente (diría que no poca, pero tampoco puedo ser demasiado abarcador) afirma descreer del hecho, agreguemos científicamente comprobado, del coronavirus. Naturalmente, hay reacciones más moderadas, pero no deja de ser alarmante que un grupo importante de personas, que además con las herramientas comunicativas de hoy no pasa para nada desapercibida, tenga esta actitud casi infantil ante una situación de alcance mundial y de consecuencias graves tanto para la salud de la población como para las economías nacionales.

Evidentemente, no podemos desatender las cuestiones políticas, económicas e incluso ideológicas que conlleva enfrentar y tratar de dar una respuesta adecuada y proporcionada a un acontecimiento de esta magnitud. Bastante se ha comentado y criticado el diagnóstico “tardío” (según parece por cuestiones ideológicas) de la pandemia por parte de la OMS. Tampoco niego que hay intereses financieros altísimos en juego, en relación por ejemplo, a la creación de una vacuna para el virus que produce el COVID-19, y que esos intereses pueden interferir en la toma de decisiones de algunos gobiernos o holdings farmacéuticos. Tampoco voy a dejar pasar que detrás de la forma de imponer la cuarentena en cada país, han habido presupuestos político-partidistas discutibles, cuando no polémicos, que, incluso, a día de hoy parecen no haber surtido en muchos casos el efecto deseado. Pero de ahí, a caer en el escepticismo absoluto con respecto a algo que cada ser humano puede “ir a la realidad” y verificarlo con sus propios ojos, me parece realmente un exceso.

Por eso quisiera hacer en este artículo un elogio a cierto empirismo. No me refiero a las doctrinas de Hume o Berkeley, también radicales y, a día de hoy, ingenuas. Pero sí a lo que yo llamaría un “empirismo del sentido común”, que debería llevarme a asumir una actitud comprometida con lo que afirmo. Si yo creo y confío en los medios que informan que hubo una explosión en el Líbano, o que hubo un tsunami en Fukuyima, ¿por qué no les he de creer que existe una pandemia de un virus desconocido hasta hace poco, que está matando a mucha gente? ¿Por qué no he de creer que la información que se difunde de contagios y fallecidos es cierta y comprobable? Y si me tientan las teorías conspirativas o las fake news me están haciendo caer por la pendiente del descreimiento, ¿por qué no “tomo el toro por las astas” y me acerco a observar y experimentar con mi propia humanidad lo que sucede en los hospitales de mi ciudad? Al fin y al cabo, y a esto me refiero cuando hablo de “empirismo”, al hablar de coronavirus la OMS, el gobierno y los medios de comunicación no hablan de unicornios o sirenas.

Hace un tiempo escuché una anécdota sobre San Agustín, contada precisamente por un científico madrileño, el Prof. Manuel Carreira Vérez (fallecido hace pocos meses), en la que relataba que un día alguien le preguntó al obispo de Hipona si los centauros tenían alma. “Es una pregunta interesante -cuentan que le contestó a su interlocutor-. Cáceme uno y tráigamelo y le contestaré a su pregunta”. Gran enseñanza la del autor de las Confesiones: lo inverificable es inverificable.

Eclipse de luna (Foto de Marcus P. on Unsplash).

Pero, a la inversa, lo que puedo contrastar empíricamente y en primera persona debería hacerlo para evitar caer en la cómoda actitud del negacionismo. Pongo un ejemplo algo burdo para hacerlo más gráfico: ¿por qué creemos que los llamados “terraplanistas” son personas extravagantes y que sus planteos son ridículos? No solamente por lo que creen, si no por que lo que creen se puede refutar, como cuenta la anécdota sobre Cristobal Colón sentado en el puerto de Génova, mirando como se “hunden” los barcos en el horizonte. No necesito estudiar diez años de astronomía o astrofísica para demostrar que la tierra es redonda. Basta con unas pocas experiencias cotidianas para constatar con evidencia cierta que el planeta que pisamos se curva. Un eclipse lunar cualquiera, por citar un hecho que sucede casi anualmente, tira abajo todo el terraplanismo.

Es de destacar, por otro lado, que a pesar de alguna información sesgada o de las fake news que nunca faltan ante este tipo de situaciones, existen personas y medios informativos que continúan brindando datos con ecuanimidad y rigurosidad científica. Me gustaría en este sentido mencionar y valorar el trabajo que realiza el youtuber y divulgador centífico Aldo Bartra, que desde que ha comenzado la pandemia brinda en su canal “El Robot de Platón”, informes serios y responsables tratando de llevar tranquilidad a su público y ofreciendo fuentes informativas confiables y verificadas.

Para cerrar decir que, desde mi punto de vista, una persona con criterio propio y pensamiento crítico no es una persona desconfiada y conspiranoica. Es un individuo que usa su capacidad intelectual para discernir lo verdadero de lo falso, no para ser más desconfiado, sino por el contrario, para confiar más.

2 respuestas a “Elogio del empirismo.”

  1. Interesante artículo, Me gustaría no onstante recordar al empirista más consecuente y radical de todos, David Hume. Hasta el punto de que la constatación de que tan solo hay datos empíricos que nosotros asociamos segun una forma de funcionamiento de nuestra razón, o lo que es lo mismo los HECHOS SON INTERPRETACIONES SUBJETIVAS, tiene su origen en sus apreciaciones. De las que Nietzsche sacó partido en el terreno moral ampliamente, no en epistemológico como Hume. Por otra parte, visitaré el Robot de Platón, pero la experiencia me ha llevado al escepticismo, la desconfianza y en consecuencia a no dar por válido nada de entrada, Vaya como Descartes, pero en serio. Gracias por el artículo Juan Pablo.

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    1. Avatar de Juan Pablo Viola
      Juan Pablo Viola

      Muchas gracias a tí Ana por leerlo y por realizar este interesante comentario. Saludos.

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